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Boston.

25 de diciembre, 2020.

11:53 p.m.


Las ideas del menor eran inciertas. Tenía ganas de quedarse solo, pero también quería que lo acompañaran. Extraño, ¿no? Pues así era él, muchas veces no sabía lo que quería.

La noche era hermosa, en algunas calles había personas con una gran sonrisa. Había aves que se detenían para comer los restos de chucherías que la gente dejaba en el suelo. Algunos traían pintura roja y blanca en sus rostros, unos que otros bailaban al ritmo de la música que se escuchaba a todo volumen. Fuera de casa, las personas desconocidas y algunos vecinos la pasaban bien.

Después de observar todo lo que pasaba, el menor decidió entrar; necesitaba ver algo menos insufrible. Bueno, quizá solo quería ver a aquel chico de la escuela, ese que había llamado su atención desde que entró el año pasado. 

Había ciertas razones para tanta felicidad. Pues aparte de ser 25 de diciembre, día de la Navidad; era su cumpleaños. 

En realidad, en menos siete minutos sería su cumpleaños. 

Sí, doble celebración.

Pero se sentía mal. A veces, se culpaba por todas las cosas malas que le sucedía a su familia, o a sí mismo. Estaba desesperado por algo de atención, pero nadie se la daba. Él se sentía solo, sin nadie en el mundo, más que solo esos amigos de la escuela que lo trataban como un rey cuando ganaban algún partido de basquet, pero que lo dejaban solo cuando perdían alguno.

Él solo quería ser un chico perfecto. Un chico que traía buenas calificaciones a casa, que tenía una vida social activa y divertida, que era bueno en todo tipo de deportes, que era el alto y fuerte de la familia, que era tan maduro que siempre iba a saber qué decisiones tomar y tener la solución de todo. 

Era muy bueno en todo lo que hacía, en realidad. Pero quería más. Quería ser el mejor de los mejores. 

Quería ser perfecto.

Pero, ser el hermano intermedio de otros dos muchachos no era fácil. Sus padres se concentraban más en el menor y el mayor, ¿pero de él? No. Un «te queremos, que te vaya bien en la escuela» no era suficiente. Necesitaba más. Quizás una simple pregunta como «¿Has estado bien?» le podría satisfacer.

Aunque si eso le preguntaba algún psicólogo, probablemente se echaría a llorar sin saber cómo explicar lo que sentía.

Pero los últimos días habían sido una total mierda, por lo que se estaba dando por vencido. 

Su popularidad en la escuela seguía siendo del mismo nivel, pero ahora solo estaba lleno de rumores falsos y una reputación que significaba «Soy un perdedor», su vida social estaba siendo afectada, ya casi no tenía amigos (aunque jamás los tuvo en realidad, todos mentían serlo solo por interés), y su familia... cada vez se sentía más lejana y fuera de ella. 

Se estaba quedando sin nada, cuando nunca tuvo algo.

Parecía que él no pertenecía a ese lugar. Él sentía que no era así. Sentía como si nunca debió nacer, hasta creyó que, si desaparecía, nadie lo notaría. Ni siquiera el gato de la casa.

En su intento de cerrar la puerta y ser empujado por un adolescente ebrio, se dio cuenta de que era inútil estar allí. La fiesta que habían organizado sus amigos a escondidas de él no la sentía como suya. Al parecer, ellos pensaron que era buena idea celebrar la Navidad y su cumpleaños el mismo día; pero, aunque todos la disfrutaban, el menor era el único que no lo hacía, a pesar de que estaba hecha exclusivamente para él.

KARMA, todo vuelveWhere stories live. Discover now