PREFACIO

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El amor es simplemente maravilloso: un armonioso y divino paraíso de coposos ramos de flores, dulces cajas de bombones, adorables peluches, atardeceres mágicos y sexo casi tan mágico

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El amor es simplemente maravilloso: un armonioso y divino paraíso de coposos ramos de flores, dulces cajas de bombones, adorables peluches, atardeceres mágicos y sexo casi tan mágico.

Sí, es completamente idílico hasta que la persona que amas te pide matrimonio, aceptas, y te topas con que tu boda en realidad no se trata de ti, sino que los reflectores se enfocan en lo que los demás esperan de ti. Sorprendente, ¿verdad?

Pero, siendo honesta, las cosas no comenzaron tan mal. De hecho, nuestros primeros meses de compromiso fueron especialmente fabulosos. En resumen, que mi vida como mujer con un pie en el altar iba de perlas hasta que las personas comenzaron a inmiscuirse en el asunto. Bueno, en realidad, una sola persona.

Recuerdo cada detalle: fue en el esperado banquete del Día de Acción de Gracias cuando Ingrid de la Torre (también conocida como mi amada suegrita del alma), dejó en claro que ningún adjetivo excepto "deslumbrante" sería digno de la boda de su hijo.

Inmediatamente la tía Soledad intervino compartiendo a voces su humilde opinión respecto a cada aspecto de la decoración: desde las mesas, los manteles y la vajilla hasta las flores e invitaciones... Incluso tuvo la consideración de mencionar un listado con los colores que ella consideraba "adecuados" (ya que nos adentramos en el tema: ¿alguien sería tan amable de mostrarme cuál diablos es el burdeos?).

De allí en adelante y durante tres horas consecutivas, la totalidad de los presentes que fueran portadores del apellido de la Torre (incluido el adorable cachorro golden retriever recientemente apodado Duque, quien intervino con un par de contundentes ladridos) elevaron sus voces en un sonoro y desincronizado coro de ideas, comentarios y sugerencias como si estuviésemos en una granja colmada de animales revoltosos en lugar de una cena exclusiva entre los integrantes de una de las más distinguidas y célebres familias de la alta sociedad mexicana.

Supongo que en aquel momento debí preveer que todo se descontrolaría, sin embargo, estaba muy ocupada degustando la espesa y celestial salsa roja que acompañaba al pavo como para hacer algo más que asentir ante cada insidiosa y entrometida indicación.

Por desgracia en uno de esos gestos ambiguos firmé un pacto con el diablo. Y no, no exagero, porque al permitirle a la señora Ingrid participar cuanto quisiera en los preparativos, cavé la tumba donde más tarde serían enterrados mis sueños.

¿Saben qué es lo peor? La salsa ni siquiera estaba tan buena.

¿Saben qué es lo peor? La salsa ni siquiera estaba tan buena

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The Perfect Wedding (Imperfect #1)Where stories live. Discover now