—¿No confías en tu consejero acaso? —preguntó la princesa con un tinte de diversión en los labios que hizo a su hermano arrugar la frente.

—Goran es el consejero de un príncipe, no puedo dejarlo a cargo de la fortaleza y lo sabes —se apresuró a decir Zlatan, como si el anciano fuera a ofenderse, pero ni siquiera se molestó en voltear mientras volvía a sumirse en la escritura de su pergamino —. Te quedarás hasta mi regreso.

El hecho de que el viaje supusiera tantos peligros potenciales, sumados al hecho de que el eunuco no los acompañaría, hacía que se sintiera inquieto. Nunca se había presentado ante un rey extranjero, pero ahora su apariencia y la evidente mentira de su reputación parecían ser el menor de sus problemas.

—¿Por qué molestarse en dividir tus recursos cuando este lugar está medio abandonado de todas...

—Ginebra. Te quedarás hasta mi regreso —repitió el príncipe, implacable, en un tono que hizo a Adrien dar un respingo en su lugar y un silencio envolvió el salón.

En Felarion su padre se habría burlado de la mera idea de dejar a una de sus hijas a cargo de cualquier cosa, hubiera sido un gran honor, pero allí la princesa no parecía ni un poco halagada ante la idea.

Al otro lado de la mesa circular Zlatan repiqueteaba contra el brazo de su asiento, con su mandíbula tan apretada que sus dientes podían romperse y su peinado tan ceñido que sus cienes se estiraban hacia atrás, dándole un aspecto aún más intimidante.

—Será un honor permanecer bajo el mando de la princesa hasta su regreso, mi señor. Estoy seguro que disfrutaremos de nuestro tiempo juntos —interrumpió Goran, como si estuviera tratando con un par de niños, y Adrien ahogó una burla dentro de su copa.

El vino hacía rato que había calado dentro de su consciencia, y quizás era la razón por la que se mantenía tan sereno hasta que Ginebra clavó su mirada en él.

—Si yo fuera tú, alteza, no estaría tan tranquilo. La forma más sencilla de llegar a Zlatan será a través de ti —las palabras de la princesa se derramaron como veneno.

Ella debía de estar incluso más ebria que él, concluyó.

—Nada tengo que ver en las disputas de la familia Wardton —espetó, enderezando la espalda con una falsa seguridad, pero solamente recibió otra de las sonrisas afiladas de Ginebra Wardton.

—Como dije la primera vez, desde tu unión de concubinato, ahora somos familia.

La idea hizo que su garganta se cerrara con un nudo, lo que le obligó a apartar el vino.

—¿Estás intentando asustarme? —preguntó con escepticismo y sus palabras tropezaron ligeramente —. Sabes lo peligroso que podría ser lastimarme.

—No tienen que lastimar —la voz del eunuco a pesar de ser suave, logró cortar el ambiente como una navaja —. Bastará con lograr una confesión de su parte sobre como el príncipe Zlatan lo secuestró y obligó a permanecer con él, forzándolo al concubinato para impedir su regreso a Felarion.

La sola idea le cerró la garganta. No podía permitir que su visita suscitara un peligro para Felarion, pero sus posibilidades eran limitadas puesto que gran parte de esas acusaciones eran ciertas. Además, si alguien, cualquiera, se enterara de lo que su padre le había hecho al heredero de Milhía estallaría la guerra por seguro. Incluso cuando Zlatan le había prometido no decir nada, dudaba que se guardara el secreto si eso desviaba la atención de él.

—Nunca diría algo así —Adrien aseguró al príncipe, intentando que su ebriedad no opacara su convicción.

El milhiano lo estudió en silencio, mientras sus dedos trazaban patrones circulares sobre el terciopelo de la silla, y Adrien esperó por un gesto que le asegurara que continuarían siendo un equipo incluso ante esa posibilidad, pero no lo hubo.

Un príncipe para el príncipe #2Where stories live. Discover now