XVII

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La tormenta azotó con tal furia que las lámparas de la sala de reuniones se agitaron, provocando que la luz ambarina temblara sobre la cabeza de los príncipes reunidos.

El encuentro se organizó poco después de la llegada de la carta del rey Mirko, y parecía no tener fin. Zlatan y Ginebra habían discutido la mayor parte de la noche, cada uno con opiniones muy diversas acerca del tema. Por su parte, Adrien intentaba ahogar su nerviosismo dentro de las copas de vino talaquí que no dejaban de llegar. Quizás pretendían embriagarlo a propósito, pero él estaba dispuesto a permitirlo, la situación lo ameritaba después de todo, y el vino talaquí se había convertido en un lujo muy escaso.

—No puedes ir sin tus escoltas —insistió Ginebra, señalando el camino real desde la fortaleza hasta la nueva capital milhiana. No parecía un viaje largo, pero tampoco especialmente agradable —sabes que puedes esperar al menos una emboscada.

—Guardián —masculló Adrien, horrorizado ante el prospecto.

La convocación del rey a su primogénito había suscitado un revuelo en la fortaleza, y desde entonces toda la noche se había sumido en un pequeño caos en donde no dejaban de mencionarse mil y un formas en la que la vida de Zlatan corría peligro.

Adrien hubiera preferido pensar que su posición como príncipe extranjero lo mantendría a salvo, pero no sabía cómo lo situaba su título de concubino.

«Siempre puedo dejarlo» El felariano trataba, en vano, de convencerse, aunque todos eran muy conscientes de que era demasiado tarde para ello. Ese pensamiento le obligó a volver a vaciar su copa.

—Estaremos bien —aseguró Zlatan, al parecer tratando de convencerse tanto a sí mismo como a Adrien —. Levaré una docena. Un grupo pequeño se mueve más rápido, y no puedo dejar la fortaleza desprovista.

—Por supuesto que puedes. A nadie le interesa este viejo castillo...

—No lo haré —el príncipe milhiano interrumpió a su hermana —. Especialmente si tú te quedarás aquí.

—¿Por qué iba a estar aquí? Tenemos un trato tú y yo. Imagino que cumplirás con tu parte antes de marchar.

—En ese caso tienes una imaginación muy limitada. No habrá trato a menos que tú cumplas con tu propia parte antes.

Las palabras de Zlatan hicieron que la mujer se irguiera como un resorte en su lugar.

—Espera un minuto... ¿Planeas que espere aquí? ¿Y hacer qué? ¿Ver si envían tu cabeza y la de tu concubino?

—Ginebra —le advirtió Zlatan, lanzándole una mirada a Adrien como si temiera que fuera a salir corriendo en cualquier instante.

Si no supiera que los guardias lo interceptarían en la puerta, quizás lo habría intentado. En aquellos instantes Adrien Gladious deseó haber continuado en su profunda ignorancia, pero ahora estaba maldito con la información acerca de la locura sanguinaria que corroía a la familia Wardton y él, aparentemente, estaba del lado del blanco más grande.

Goran volvió a llenar su copa hasta el borde, como si supiera lo que pensaba.

Ahora Adrien no solo estaba nervioso. Estaba nervioso y ebrio.

—Me prometiste barcos —la discusión entre los hermanos continuó, como hacía hace horas.

—Un barco —Zlatan corrigió y aunque Adrien no tenía ni idea de lo que estaban hablando, agradeció que la posibilidad de muerte ya no fuera el tema central de la discusión.

—Y una tripulación —Ginebra añadió.

—No lo he olvidado, sin embargo, necesito que alguien permanezca aquí mientras estoy lejos.

Un príncipe para el príncipe #2Место, где живут истории. Откройте их для себя