Capítulo 20

47 12 82
                                    

Marcos y yo llevamos tres días sin hablar. Al contrario de lo que habría podido pensar, está resultando ser toda una tortura, sobre todo sin poder hablar con nadie de lo sucedido. Sin poder hablar con nadie, en general. La ausencia de Nora parece ser temporal, pero es más palpable cada vez que Marcos intenta acercarse a mí.

Además, no puedo quitarme ese maldito beso de la cabeza.

Sin saber muy bien cómo, acabo sentada en la parte trasera del autobús. Suelo marearme con facilidad, pero Marcos se encuentra en primera fila y no creo que pudiera soportar mucho tiempo la mirada de ojos caídos que me ha dirigido desde la distancia, justo antes de entrar al vehículo.

No tengo muy claro a dónde estamos yendo, aunque creo recordar que al museo Guggenheim. Bilbao está a tan solo media hora de nuestra casa rural, y Fran está deseando poder dejar sueltos a los niños durante un rato. Es comprensible. Con la ausencia de Nora el trabajo se nos ha duplicado, por mucho que Ana intente ayudar en lo que pueda. A lo mejor en otra situación yo también desearía un poco de tiempo libre.

Los chicos parlotean a mi alrededor durante todo el viaje. La fiebre por descubrir qué hay entre Marcos y yo parece haberse pasado después de ignorarnos el uno al otro después del beso. Es por eso que las preguntas impertinentes y el interés hacia mí desaparecen a partir de los diez minutos de viaje, cuando los niños comienzan a ignorarme y a cuchichear entre sí. Mejor para mí.

Antes de que pueda relajarme, ya estamos en la entrada del museo y Fran da las instrucciones. Los chicos pueden moverse con libertad por el Guggenheim, siempre y cuando se porten bien. Si necesitan algo, siempre habrá algún monitor cerca al que puedan acudir. Dicho esto, los niños se dispersan y yo aprovecho el gentío para huir despavorida también. Tengo la sensación de que Marcos me observa, pero no pienso girarme para comprobarlo. Ni tampoco tengo intención de quedarme aquí parada como una idiota.

Procuro perderme por el museo. Camino por salas y salas llenas de obras de arte que apenas miro de reojo, tomando decisiones aleatorias cada vez que llego a una intersección. No le estoy prestando atención al camino y puede que me cueste más de la cuenta regresar al inicio. Sin embargo, eso es un problema para la Leire del futuro.

Cuando decido que ya estoy lo suficientemente perdida, comienzo a detenerme a mirar lo que hay a mi alrededor: cuadros hechos a partir de manchurrones y esculturas de metal que no representan nada. Algunas de las pinturas son bonitas, pero eso no significa que entienda por qué valen millones. Cualquiera de los niños del campamento podría hacer algo mejor. Sin conocer ni una sola obra del museo, intento encontrar algo que se acerque a mi idea de lo que es el arte, aunque esto es tan grande que acabo por conformarme con unos bonitos cubos de metal. Sé que no debería hacerlo, pero estoy tan agotada que acabo sentada en el suelo, mirando la supuesta escultura durante un tiempo que se me hace eterno.

Ojalá Nora estuviera aquí. Ojalá no haber besado a Marcos. Debería haberle hecho caso a mi madre y centrarme en el dinero, nada más. Ella siempre me dice que tengo la cabeza llena de pájaros. ¿Por qué no la he escuchado antes?

—Son bonitas, ¿verdad? Tienen algo hipnotizante.

Mi cuerpo se tensa en el mismo momento que escucho la voz de Marcos. Cómo no, siempre acaba por encontrarme. Me abrazo las piernas.

—Son solo unas cajas de metal.

Marcos se acerca unos pasos hasta situarse a mi lado. Me pregunta con la mirada si puede sentarse y yo me encojo de hombros, así que lo hace. Resulta un poco incómodo estar sentados tan cerca en una sala enorme de la que no dejan de entrar y salir turistas. Me aparto un poco del cuerpo de Marcos.

—No son solo unas cajas de metal —continúa Marcos—. El arte contemporáneo no es fácil de entender. Tienes que saber mirar un poco más allá para saber qué quiere decir la obra.

Diez citas para olvidarte [COMPLETA] #DjAwardsWhere stories live. Discover now