Capítulo 16

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Yo no sé para qué digo nada. En serio, cuando tengas la tentación de desear algo en voz alta, no lo hagas. Es una trampa. La Ley de Murphy es real y siempre está ahí para recordarte que no es buena idea pedir deseos sin pensar.

Hace una semana lo único en lo que podía pensar era en deshacerme al fin de tanto niño pequeño. Solo quería pasar a trabajar con chicos algo más mayores de los que no hubiera que estar pendiente cada dos minutos por si se tragan un gusano. Por supuesto, nadie tuvo a bien comentarme que eso de tener más tiempo libre es relativo, ya que Claudia e Izan volvieron a sus casas en cuanto terminamos nuestra andadura por Cantabria. Resulta que no eran necesarios tantos monitores si los niños eran algo más mayores, lo que me deja en un grupo más reducido y en el que es más difícil evitar a Marcos, sobre todo si Nora (y ahora también Fran) se ha marcado como propósito de vida ser nuestra madrina de bodas. Lo que me lleva al segundo punto.

Llevamos ya un par de días en un bonito pueblo a apenas cuarenta minutos de Bilbao y tengo demasiado tiempo para mí sola. Y con demasiado me refiero a que no puedo parar de pensar en Marcos ni un solo minuto del día, y estoy empezando a desesperarme. Habría agradecido una advertencia en rojo. Algo así como: «Cuidado. Tu ex va a querer pasar más tiempo contigo y a ti te va a encantar estar con él las veinticuatro horas del día». Así, al menos, podría haberme preparado para esto y no me pondría nerviosa como una adolescente cada vez que Marcos me busca en las horas de descanso. Si lo hubiera sabido, sería más sencillo mantener las distancias, algo que cada vez se me hace más complicado.

Además, llevamos ya más de la mitad del tiempo del campamento y no estoy para nada cerca de mi propósito. Es cierto que Marcos y yo no nos despegamos el uno del otro, pero lo único que hay entre nosotros es una amistad tan frágil como una torre de naipes. Y lo peor es que es todo culpa mía. Cada vez que Marcos intenta preguntar sobre mi vida se me encienden todas las alarmas y me cierro en banda. Soy un completo desastre.

—Leire, cariño, ¿me estás escuchando? ¿Sigues ahí?

La voz chillona de mi madre taladrando mi oído me hace volver a la realidad. Casi preferiría estar hablando con Nora en estos momentos.

—Sí, mamá. Sigo aquí.

Mi madre suspira y murmura algo, aunque procuro no escucharlo.

—Bueno, como iba diciendo. Ya te he encontrado apartamento en Sevilla para cuando entres a estudiar. Está al lado de la casa de tu tía Carmen, por si necesitas cualquier cosa. Además, hay un grupo de pilates al que podrías apuntarte y...

No tardo en volver a perder el hilo de la conversación. He aprendido que, cuando mi madre intenta organizar mi vida, lo mejor es agachar la cabeza y asentir.

En cuanto cuelgo la llamada, no mucho tiempo después, el dilema de Marcos aún sigue llenando mis pensamientos. Así pues, acabo en el único sitio donde podía acabar: al lado de Nora pidiendo consejo. Mi amiga está ocupada deshaciendo la maleta (sí, todavía) y, además, creo que empieza a cansarse de mis idas y venidas con Marcos. Si fuera por ella, estoy convencida de que ya habríamos tenido al menos tres hijos. Cuando le comento mis preocupaciones, ella se encoge de hombros, sin levantar la mirada del desastre que tiene delante.

—¿Y por qué no intentas besarlo de una vez? La gente se lía con desconocidos todo el tiempo y a ti te da vergüenza incluso que te toquen la mano.

No pienso admitir eso delante de Nora, pero tampoco lo desmiento.

—No es tan fácil. Eso solo va a servir para que se asuste.

—Desde luego, si es tan mojigato como tú.

—¡Oye! Siempre estás insultándome. Así no ayudas.

Al fin, Nora aparta la mirada de su maleta. Una media sonrisa decora su cara y tiene los ojos entrecerrados con malicia.

Diez citas para olvidarte [COMPLETA] #DjAwardsWhere stories live. Discover now