1. Cazadora de demonios

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-¡Hacia el noreste! ¡Hacia el noreste!

Se tapó los oídos, molesta por el graznido del cuervo. El negro animal se posó en su hombro y ella siguió su camino por la oscuridad del bosque.

Su paso era cada vez más lento, cansada después de una larga jornada. Le pesaban los pies y le temblaban las rodillas. Tenía al menos dos costillas rotas, a juzgar por el intenso y punzante dolor cerca de los pulmones. No era nada nuevo y la chica había aprendido a seguir adelante ignorando el dolor.

Cuando el sol comenzaba a asomar por detrás de las montañas, el pájaro que la acompañaba echó a volar hacia un pequeño pueblo, a no más de medio kilómetro. Después de pasar la noche en vela caminando sin cesar, la idea de una habitación con cama y sábanas era bastante agradable. Podría lavar y remendar la ropa sucia, darse un baño y tener su merecido descanso.

Se detuvo cuando llegó a la entrada del pueblo. Entrecerró los ojos, tratando de distinguir las figuras frente a ella. Había tenido problemas desde pequeña, y actualmente solo era capaz de distinguir formas y colores. Había tenido la maldición de la miopía en un mundo rural donde las gafas aún no existían. Lo que más le costaba eran las caras: era incapaz de reconocerlas. Se guiaba por los colores de ojos y cabello, o marcas faciales que destacaban en el borrón blanquecino. Amagumo aprendió a usar su oído para sobrevivir; era capaz de escuchar los sonidos más leves, compensando su falta de vista.

Al principio, su maestro había dudado. ¿Cómo podía ser una chica ciega cazadora de demonios? Pero Amagumo trabajó duro y entrenó su ya superdotado oído, al punto de que solo necesitaba poder distinguir donde estaba el cuello para acabar con los demonios. Cada susurro, cada pisada, cada respiración... Nada se le escapaba.

Alquiló una habitación en una pequeña posada, donde pasó una noche tranquila y sin interrupciones. La pobre cazadora no sabía lo que la esperaba a la mañana siguiente.

Amagumo pasó la mañana en el hostal, cosiendo lo mejor que podía el haori al que tanto cariño le tenía

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Amagumo pasó la mañana en el hostal, cosiendo lo mejor que podía el haori al que tanto cariño le tenía. Cuando terminó, decidió que lo mejor que podía hacer era prepararse para la noche y comprar provisiones, por lo que fue acercándose a los mercaderes en busca de algo de utilidad.

Mientras pagaba a un vendedor de especias, su oído detectó los pasos de un demonio en algún lugar cercano. Se llevó una mano, adolorida por el ruido, y tras despedirse del mercader echó a correr hacia una de las montañas nevadas, donde su agudo oído le indicaba que estaba el peligro.

Ascendió rápidamente por la nieve, siguiendo el sonido de los gritos. Parecían de un chico, cerca de la adolescencia; no debía de tener más de 13 años. Frunció el ceño cuando escuchó los gruñidos de un demonio; estaban juntos, y si no llegaba a tiempo tal vez sería demasiado tarde.

Una fuerte racha de viento la hizo tropezar, pero se las apañó para no caer. Alguien había pasado corriendo a su lado. Entrecerró los ojos, y, aunque su deteriorada vista no le permitió distinguir el rostro, los colores del haori la ayudó a reconocer al cazador que había pasado a su lado sin apenas percatarse de su presencia.

❝𝙉𝙖𝙮𝙖𝙙𝙚❞ ── 𝖦𝗂𝗒𝗎 𝖳𝗈𝗆𝗂𝗈𝗄𝖺Where stories live. Discover now