Capítulo 6

417 33 6
                                    

A pesar del calor, Anahi tuvo que abrir las ventanas de la clínica para evitar que sus pacientes, sus propietarios y su bebé estuvieran expuestos a los vapores del disolvente y el aguarrás que había utilizado Alfonso para limpiar el suelo. Ni siquiera la docena de ambientadores de olor a pino que había llevado Rachel servían para mitigar el penetrante olor.

Durante dos horas al día, la clínica permanecía silenciosa, sin recibir llamadas ni visitas de pacientes. Anahi disfrutaba de aquel descanso a la hora del almuerzo. Le permitía poner al día el papeleo, alguna que otra vez se acercaba a su casa para terminar cualquier cosa que hubiera dejado sin hacer y, si el tiempo se lo permitía, trabajaba en el jardín. Pero aquel día, lo que realmente le apetecía era tumbarse a echarse una siesta en el sofá.

Todavía le duraba el enfado provocado por su último paciente, un gato deprimido, y se preguntaba si el desagradable propietario del gato sería la causa de su repentino cansancio. Pero recordó entonces que había leído en un artículo que durante el embarazo era necesario aumentar las horas de sueño. Sin embargo, por tentadora que le pareciera una siesta, sus responsabilidades laborales le impedían permitirse ese lujo.

Se levantó y se acercó a la parte delantera de la clínica para comprobar las visitas que tenía aquella tarde.

Encontró a Rachel en el suelo, tocando las puertas del armario.

—¡Ya están secas! —exclamó mientras se incorporaba.

—No me sorprende, con este calor —se acercó al escritorio de Rachel, sobre el que descansaba un bonito jarrón de cristal con una docena de rosas. Un regalo sorpresa de su marido con el que había querido recordarle su aniversario. Anahi acarició uno de los pétalos—. Deberías dejarlas en algún lugar más refrigerado para evitar que se marchiten.

Anahi sintió una punzada de envidia; era admirable que, tras once años de matrimonio, el marido de Rachel continuara alimentando el romanticismo en su matrimonio. Seguramente, Alfonso le habría enviado un certificado bancario en vez de un ramo de rosas.

Pero ellos no estaban casados, se recordó a sí misma. Y tampoco lo estarían. Lo que sentía por Alfonso era amistad y un intenso deseo, nada más.

—Me gusta tenerlas delante —contestó Rachel—. Steve está intentando ganar puntos porque va a tener que trabajar durante el fin de semana en el que pensábamos celebrar nuestro aniversario de boda.

Steve era marinero, pero a Rachel no parecían importarle sus largas ausencias. Disfrutaban de un feliz matrimonio, algo sorprendente para Anahi, considerando que se habían casado un mes después de salir del instituto. Por lo que ella sabía, continuaban completamente enamorados.

Gracias al destinoWhere stories live. Discover now