Capítulo 5

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Campanas.

¿Campanas de boda?

Nunca.

No. Jamás. Al menos para ella.

¿Pero entonces qué estaba haciendo en frente de una iglesia? ¿Y por qué diablos sonreía Alfonso como un tonto?

Las campanas continuaban sonando, cada vez más fuerte, de forma cada vez más amenazadora. Quería escapar. Intentó moverse, pero algo se lo impedía, como si tuviera los pies pegados al suelo. Miró hacia abajo y vio una argolla de hierro alrededor de su tobillo...

Anahi abrió los ojos bruscamente e intentó recuperar la respiración. La sangre palpitaba en sus oídos, al mismo ritmo que los acelerados latidos de su corazón.

Las campanas volvieron a sonar. Se quedó completamente quieta, sobrecogida por el miedo. Hasta que reconoció que lo que estaba sonando era el timbre de la puerta. Tomó aire nuevamente, apartó las sábanas y tomó la bata.

Se asomó a la ventana e inmediatamente reconoció la camioneta de Alfonso. Después del enfado con el que se habían separado la semana anterior, no esperaba que fuera a desayunar con ella, como hacía todos los fines de semana. Por un instante, consideró la posibilidad de volver a meterse en la cama. Pero antes o después tendría que enfrentarse a él. Habría preferido que fuera después, pero dada la insistencia con la que Alfonso llamaba, la única opción que le quedaba era la de abrir la puerta.

Corrió al pasillo, diciéndose que el extraño burbujeo que sentía en su interior lo provocaba únicamente el alivio de no haber perdido a su mejor amigo, a pesar de haber cometido la locura de acostarse con él.

Abrió la puerta, y se quedó sin aliento. En la mirada de Alfonso había algo capaz de helarle la sangre en las venas, ternura y algo peor: amor.

Debía dejar de pensar en esas tonterías, se regañó. Ella no creía en el amor.

Estaba sufriendo la resaca de la pesadilla, reflexionó.

—Buenos días —la saludó Alfonso, tendiéndole el periódico del sábado.

—Buenos días —consiguió contestar ella, un tanto sorprendida por las emociones que invadían su corazón. Hormonas, no emociones, se recordó.

Alfonso le dirigió una sonrisa cálida, carente de la animosidad que Anahi había imaginado durante las últimas treinta y seis horas. Alfonso entró, le plantó un beso en los labios y se dirigió a grandes zancadas a la cocina seguido por Bronson.

Gracias al destinoWhere stories live. Discover now