34 | «Amarillo y blanco»

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Eri pasa sus dedos sobre sus labios sellándolos y luego hace como si tirara la llave invisible lejos de nosotras.

—Traje un mazo de cartas, ¿quieres jugar? —no espera a que responda cuando ya está colocando la mesa con ruedas por encima de mi camilla y se sienta entremedio de mis piernas quedando frente a mi.

Cuando mamá llega se nos une a la partida y así nos mantenemos jugando, o sobreviviendo a las trampas de mamá, hasta que el médico entra en la habitación con un chico detrás.

—Buenas noches, yo soy el doctor Albert Martins y él mi interno Diego Heleer —dice con un tono sofisticado—. Nada más pasábamos a verla antes de terminar las rondas nocturnas ¿Cómo se ha sentido desde que la subieron a piso, señorita Kein?

—Perfectamente —respondo yo asintiendo con la cabeza a la vez.

Mamá le susurra algo a Eri y sale de la habitación haciéndome señas con los dedos de que irá a fumar. No me gusta que lo haga, pero en general es un cigarrillo casual y solo por eso no la molesto para que lo deje definitivamente.

—Al final lo único malo que sacarás de ese choque será la cicatriz de tu frente —dice el practicante y se gana una mirada de desaprobación por parte del doctor que le ordena darme el panorama general—. Bien, Samantha, te quedarás esta noche aquí en observación solo para descartar dudas y mañana a primera hora se te llevará a la sala de ecografías para asegurarnos de que está todo bien con el embrión, aunque no hay señales de nada malo con él, pero de todas formas debe hacerse.

Eri me mira con el ceño fruncido.

—¿Qué embrión? —pregunta formando una línea con su boca.

—¿El que se está desarrollando dentro de su útero? —el practicante se gana otra mirada de desaprobación. 

—¿Estás embarazada? —los ojos de Eri parecen desorbitarse.

—¿Estoy embarazada? —mi ceño está casi unificado.

—Sí —responde el doctor con tranquilidad—. Estarías entrando en la sexta semana de embarazo aproximadamente.

Seguramente ha de ver el miedo en mi rostro, porque se acerca con una expresión amable y me sonríe cálidamente.

—Si no es lo que deseas puedes interrumpir el embarazo todavía...

—No, no, no —niego con la cabeza—. No, yo... no.

—Perfecto, entonces mañana yo mismo vendré a buscarte para la ecografía —otra mala ojeada al pobre practicante.

—Gracias, Diego —le sonrío buscando que al salir de aquí no se lleve un tremendo regaño.

Los doctores abandonan la habitación a la vez que Eri se recuesta a mi lado.

—Seis semanas son como dos meses en lenguaje bebé, Sam —dice ella contra mi hombro—. ¿Te ha bajado?

—Sí.

—Eso tienes que decírselo al doctor, hay algo mal con eso, se supone que no deberías tener pérdidas.

Parece imposible creer que hace tres días estuve bebiendo cerveza mientras hablaba con Liam sobre formar una familia y tener vacaciones en Disney y ahora pase esto.

—A menos que vayas a abortarlo, si vas a hacerlo no importa lo de las pérdidas.

—¿Qué harías tu? 

—Primero que nada, es imposible que me quede embarazada —junta sus dedos haciendo señas de tijeras y ríe—, pero en el hipotético caso de que sucediera lo abortaría sin pensármelo siquiera un segundo. No nací para ser madre, Sam, no tengo el instinto que tienes tu y me siento mejor siendo al tía borracha. De hecho, vengo entrenando para serlo desde que cumplí dieciocho.

Una canción no fue suficiente [✓]Where stories live. Discover now