VII

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Alec despertó al medio día con ganas de ir a orinar y el cuerpo adolorido.

Un par de eunucos lo ayudaron a levantarse e ir a hacer sus necesidades y lavarse el cuerpo, luego volvió y desayunó boca abajo mientras recibía un masaje y se tomaba unos elixir que le dijeron eran especiales para ese tipo de malestar aunque los amantes del Faraón no solían usarlos pues casi todos terminaban muertos.

Alec estaba bien con ello, volvía más sencillo el hecho de vivir en la pirámide. No quería ser atacado por un amante despechado y las defunciones de los susodichos lo resolvía. El mercenario no sentía pena por esas personas, habían muerto de la mejor manera posible, drogados de placer.

Cuando Alec estuvo seguro que podía caminar sin parecer Frankestein decidió salir a ver los combates. Las marcas que Magnus ponía en su cuerpo nunca perduraban, entonces no tuvo que molestarse por ello.

Llegó hasta la enorme plaza extrañado de que no escuchaba nada más que el sonido ocasional del metal y algunos quejidos cortos.

- ¿Porqué está tan silencioso?

Preguntó a uno de los Sacerdotes que lo reverenció de inmediato.

- El Faraón lo ordenó bajo pena de muerte, no quería que nada perturbara su descanso.

Alec quiso decir "Awwww", pero tenía una imagen que mantener.

Llegó hasta el frente de la plaza, al borde del "cuadrilátero", una plataforma apenas elevada y del tamaño de un salón de fiestas.

Magnus estaba enfrentando a un hombre del tamaño de Alexander pero cuando lo vió golpeó su cabeza rompiéndole el cráneo y fué a verlo mientras los limpiadores quitaban el cadáver.

- Qalbi, estás despierto

Alec sonrió, esa palabra que sonaba como "Holbi" tenía un lindo significado en árabe.
Se traducía cómo: "Mi corazón".

- ¿Cuántos van?

Preguntó deteniendose cerca del Faraón que estaba dentro de la delimitación.

- Ese era el número 2,001

Alec estaba sorprendido.

- ¿Y todos terminan muertos?

Preguntó, el Faraón asintió.

- ¿Porqué lo hacen? ¿Qué les ofreciste?

Preguntó

- 10 lingotes de oro si conseguían vencerme.

Alec estaba sorprendido.

- ¿Y sabían que era a muerte?

Preguntó presintiendo que ese hecho no había sido explicado.

- Se les fué informado antes de entrar, todos los que aceptaron lo escribieron y usaron su sangre cómo tinta para dejar su huella

Al mercenario no le sorprendía, sí él no se hubiera involucrado en todo ese asunto desde el principio, estaba seguro que de escuchar el anuncio hubiese ido a jugarse la vida también.

- ¿Y cuántos faltan?

Preguntó Alec viendo un grupo del otro lado.

- Casi 500

Alec pidió un asiento y sombra.

Eso tardaría

Los últimos cien resistían más que los anteriores humanos y Alec ya estaba pensando que quizá el Faraón no encontraría un reemplazo pero ocurrió.

El Destino de la Momia #malecWhere stories live. Discover now