—En serio, ¿Qué vas a dibujar? —pregunto mojando el pincel otra vez para tomar más pintura.

—Shhh —me calla llevando su dedo índice a sus labios—. No molestes a un artista mientras está creando.

Le hago una mueca y ruedo los ojos mientras regreso a mi lugar y me enfoco en el cuadro delante de mi. Cierro los ojos intentando imaginar a la niña otra vez, y ahí está. Sin embargo, las ganas de seguir pintándola se han esfumado, siendo reemplazadas por algo mejor. 

—¿A dónde vas? —pregunta Liam mientras cruzo la habitación dando zancadas.

—Al auto de Eri, ya regreso —aviso antes de abandonarlo.

En menos de diez minutos he regresado con el cuadro de la mariposa en brazos. Al entrar en la habitación otra vez Liam me mira con el ceño fruncido, pero basta con que le enseñe el cuadro para que sonría.

—¿Cuándo pintaste eso? —pregunta él mientras yo me dispongo a cambiar un cuadro por otro en el caballete—. Me gusta.

—Hace un tiempo, quiero hacerle un mellizo, pero primero tengo que mejorarlo.

—¿Un mellizo? —su expresión de confusión me da risa.

—Los cuadros mellizos tratan del mismo elemento en dos etapas diferentes. Esta mariposa está hecha trizas, quiero pintar una donde sus alas estén recuperadas y se llegue a apreciar su brillo propio...

—Ay, cállate, ya has dejado en ridículo mi dibujo, te odio —me lanza un almohadón, pero este no me pega a mí, sino que le da al vaso que contenía agua haciendo que caiga y el cristal se parta en mil pedazos.

—¡Liam! —me quejo cruzándome de brazos y vuelvo a lanzarle el almohadón con furia.

—Deja, no juntes eso —rezonga cuando me agacho a recoger los cristales—. Deja que te ayude...

—Mejor ve a dibujar —le entorno los ojos—, hasta pareces un niño.

—Voy a buscar más agua —me da un beso en la cabeza y sale de la habitación para regresar al cabo de unos minutos con un vaso y algo de chocolate—. ¿Me perdonas?

—No estaba enojada de verdad, idiota —sonrío arrebatándole el chocolate de la mano—, pero igual gracias por esto. Mi estómago y yo te lo agradecemos.

—Mientras fui y volví de la cocina se me ocurrió que puedes pintarnos a nosotros, así puedo comprártelo y reemplazar el cuadro de la sala de música.

—¿Qué cuadro? —¿Quedo como estúpida si le digo que ni siquiera sabía que tenía una sala de música dentro de la casa?

O sea, en lo que llevo aquí he visitado la habitación de Eri, la suya, la mía, la cocina y la sala. Sé qué hay más habitaciones pero qué esconden detrás de sus puertas es una incógnita para mi.

—El que tu pintaste y yo compré para demostrarle a aquel tipo que en cuestiones de dinero soporto lo que sea.

—Que engreído de mierda —suelto riendo —. Voy a pensarme lo de pintarnos a ambos, ¿si? Ahora volvamos a esto o no voy a acabar nunca más.

—Yo podría hacerte acabar si me das unos minutos —suelta las palabras poco a poco sonriendo con picardía.

—Nada de distracciones —entorno los ojos—. En serio tengo que ponerme las pilas con esto si quieres que vaya a verte mientras estés de gira.

—Y por eso voy a ayudarte, fenómeno —se vuelve a tirar encima de la cama y toma el lápiz.

Pasamos el resto del día así, rotando de vez en cuando por la habitación en busca de comodidad y peleando infantilmente porque él no me deja ver qué ha estado haciendo durante todo este tiempo. Cuando la luz comienza a escasear nos vemos obligados a abandonar el trabajo; yo dejo mi cuadro en el caballete y camino hasta la cama para recostarme boca arriba, pero él sale de la habitación con su cuadro en manos y regresa al minuto siguiente sin él.

Una canción no fue suficiente [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora