29. Hijos de un dios infinitesimal pt.8

Bắt đầu từ đầu
                                    

-¡Felio, sube corriendo!¡¡Sube corriendo!! -me apremió. Sin siquiera pensarlo subí escaleras arriba. Ella me fue explicando que como mi madre debía de haber salido a la compra me había tocado a mí el pato.

Conforme traspasé el umbral mi mirada hizo hincapié en las paredes del salón de Palmira, que estaban abarrotadas de estatuas de mármol de corte clásico. Las figuritas de vírgenes, niños y animalitos varios atestaban un vetusto aparador de color marrón oscuro que había en el fondo. Tenía colocado un sillón en cada esquina, pero incomprensiblemente el centro de la habitación estaba despejado, como las seudo pistas de baile de los hoteles baratos en los que siempre acaba uno cuando se va de viaje de fin de curso con el colegio. No pude por menos que imaginármelos a ambos vestidos al estilo "años setenta" montándose sus coreografías. A través de la puerta del dormitorio contiguo se podía entrever la cama, el armario, y varias repisas atestadas de latas de conserva. En una mesita baja se hallaba el rey de la casa, el jamón, presidiendo la escena.

Mi atención se concentró de nuevo en la sala de estar al ver ante mí a Arturo hecho un basilisco, balbuceando y con los ojos desencajados.

-"¡Yo lo arreboleo!¡Lo tiro por la ventana!¡¡Karranco er cable!¡¡Karranco er cable!! -gritaba Arturo en un arrebato.

-Pero, maestro, cálmese -traté de mediar yo.

En ese momento llegó mi madre con el carrito de la compra cargado hasta los topes.

-Felio, te he estado llamando para que subieras el... ¿Qué pasa aquí? -dijo ella uniéndose al desconcierto.

-"¡Que lo arreboleo! ¡Karranco er cable! ¡Lo tiro por la ventana! ¡¡La'rranco la cabeza y ze la jaco por lo pie!!¡¡A MI NO ME GRITE CUMANDANTE!!

Arturo ya había comenzado con su sicosis regresiva subsahariana, y se quedó dando vueltas por la habitación, mascullando, como si tratara de encontrar una burrada más gorda que expeler por su labios.

-¿Que qué pasa? -fue la pregunta -respuesta que le dio Palmira a mi madre -¿Que qué pasa? -repitió con dramatismo -¡Pues esto pasa! -exclamó, y con diligencia pulsó el botón de manos libres, el cual sí se lo habían aprendido bien, mira tú por dónde.

Al momento, un grotesco berrido surgió del enrejado de plástico del altavoz:

¡¡PALMIRA!! ¿¿DÓNDE COÑÓSTÁS, CIPOTE??

Aquel atronador graznido no podía pertenecer a otra que a la Lurdes. Nadie más sería capaz de gritar tanto por teléfono. Al oír de nuevo la voz de la vecina, Arturo se reactivó.

-"Lo arreboleo!¡Lo tiro por la ventana!¡Karranco er cable! -eran las tres salmodias que comenzó a repetir tan cíclica como espasmódicamente.

En aquel momento Palmira se vino abajo y comenzó a sollozar:

-"¡Que no se va! ¡Que no se va la tía guarra! Lemos dao tos los botones! ¡Y sigue ahí metía! ¡Y además si en toavía fuera otra persona. ¡Pero es que la Lurdes! -la verdad es que la voz de la Lurdes resulta tan melodiosa como una motosierra cortando un tronco -¡Cada ve que suena er teléfono y lo cojemo noj zale la tía petarda! ¡¡Llevamo ya tres día descomunicao sin podé hablá con nadie!! ¡Hemo tocao to lo botone, como senteren los de Telefónica mos van a reñí! -esto al parecer era lo que les causaba más pavor-Po favó Ernesta, haj'algo! -rogó Palmira mientras aferraba a mi madre por los brazos.

-¡Tranquilícese, señora, tranquilícese -dijo mi madre, tratando de reconfortarla, mientras la ayudaba a sentarse en uno de sus cuatro "sillones esquineros" -Felio, ve a por la guía telefónica, que yo voy a prepararles unas tilas.

La verdad es que aguantar durante tres días seguidos a la Lurdes gritándote en el oído cada vez que descolgabas el teléfono era una tortura digna del más refinado agente de la gestapo. Era normal que uno perdiera los nervios. ¡Pero hasta ese punto!

Historias que no contaría a mi madre. Volumen 1Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ