EL CEMENTERIO

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Andrey detuvo su bicicleta para observar de cerca la casa de la que tanto habían hablado sus amigos la noche anterior.

—Pero es una casa normal..., No veo porque tanto misterio —pensó el joven mientras tomaba unos cuantos sorbos de agua de su termo y miraba desde lejos aquella propiedad.

Era un grupo de cinco amigos que, desde muy niños compartieron grandes vivencias y ahora en su adultez, habían vuelto a reencontrarse. Carlota, la líder de ese grupo selecto de muchachos, era quien los impulsaba para que la siguieran en aquellas locuras que tanto la emocionaban.

La noche anterior a ese domingo, y en vísperas de Halloween, en casa de Fabricio, ella les había narrado las cosas extrañas que sucedían en la mansión Sawosky; la manera tan insólita en la que había muerto la familia que habitaba la casa. Pero lo más escalofriante era lo que se rumoraba sobre la abuela y la niña de aquella familia. Según rumores, —dicho por ella sin querer asegurar nada—, se trataba del espíritu de ambas mujeres que rondaba aquellos parajes y como tal, la vivienda; otros, sin embargo, aseguraban haberlas visto correr por en medio de los matorrales cerca a la casa y entrar rápidamente en ella. Pero lo cierto era que esta historia los había dejado extremadamente intrigados y con ganas de vivir una nueva experiencia. La cita era en el viejo árbol frente a la casa Sawosky a las siete y media de la noche, casi para oscurecer.

Lory y su hermano Jaiber, fueron los primeros en llegar. Carlota se había retardado un poco, tenía que llevar de camino a sus pequeñas hermanas donde unos familiares para salir en busca de dulces aquella noche, pero había cumplido la cita finalmente. A las siete y cuarenta y cinco fue llegando Andrey montado en su bicicleta, un poco nervioso y con los lentes empañados por la neblina causada por el frío tan aterrador que golpeaba la noche.

Solo faltaba Fabricio, seguramente alguna chica lo había retardado. Los cuatro amigos estaban ansiosos. Carlota miraba de manera insistente el reloj mientras fumaba un cigarrillo, un poco molesta por la tardanza, si hemos de decirlo.

—Muchachos..., ustedes están viendo lo que yo veo —exclamó impresionada Lory al acercarse un poco más a la mansión—. ¿No es Fabricio el que está sentado en las escaleras de la casa?

—¡Nooooo, como se te ocurre!, con lo cobarde que es, ¿cómo va a llegar de primero y, es más, sentarse allí solo? —prorrumpió Jacob, su mas leal y fiel amigo—. Seguramente es quién cuida la casa.

—¡¡FABRICIO, FABRICIO!! —gritó fuertemente Andrey, quien también estaba seguro de que se trataba de su amigo—. ¡Si muchachos es el!, puedo reconocer esa chaqueta roja a kilómetros de distancia, tengo una igual a la de él.

El joven estaba acurrucado sobre las escalinatas de la entrada. Con la cabeza gacha, recostada sobre las rodillas y moviéndose de una manera muy extraña. Nadie quería acercarse, hasta que su mejor amigo Jacob decidió hacerlo y comprobar qué era lo que estaba pasando.

—¡Fabricio!, ¿qué te pasa, porque estás aquí solo? —le habló su inseparable mientras le movía los hombros intentando robar su atención—. Los demás están ahí, vamos a entrar a la casa.

—¡No, No, la casa no, ¡no entren ahí! Ellas saben, lo saben todo... —fueron las palabras sin sentido que repetía una y otra vez aquel joven, mientras se tomaba la cabeza y le escurría un espumarajo por entre sus labios.

Entre todos lograron calmar a Fabricio, quién perdido en sus pensamientos se dejó llevar por sus amigos y lentamente ingresaron a la mansión. La puerta principal tenía unos querubines labrados en acero pegados uno frente al otro, como invitando a seguir. Lory, corrió lentamente la manija y fue abriendo aquella puerta que a simple vista no mostraba nada en particular. La casa lucía abandonada por dentro, deteriorada a causa del desuso. Todos los muebles estaban cubiertos con mantas y un olor a polvo y moho se regaba por cada rincón.

EL CEMENTERIOWhere stories live. Discover now