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LEONE

Aceleré para salir de ahí lo antes posible. Miraba de vez en cuando a Emma de reojo para ver si se había quedado dormida o no. Su respiración era tranquila y no me sorprendería el hecho de que se sumiera en el quinto sueño de un momento a otro. Yo no había bebido tanto como ella, pensaba con claridad y un asunto pendiente en nuestras vidas volvió a mi mente. La boda.

Si fuera por mí me habría casado con ella hace mucho, una boda tranquila con unos pocos familiares y feliz de estar con mi mujer de una vez por todas. Un condicionante era mi familia, era lo más católico que un ser humano se podía imaginar. Intentaron meterme en la cabeza sus ideologías desde que tengo uso de razón, pero la verdad es que de esta boda nos encargamos nosotros. Es nuestra boda y sería dónde ambos quisiéramos. Recuerdo la cara de Emma cuando se la ocurrió casarse en la playa, frente al mar. A mí me pareció una idea descabellada, pero a medida que lo pensaba no era tan loca como pensaba.

Nada más llegar comprobé que mis sospechas eran ciertas. Emma estaba profundamente dormida, con la cabeza apoyada en su mano y el codo contra la ventana. Acerqué el dorso de mi mano para acariciar su mejilla, pero no se enteró. Me bajé del coche con cuidado y abrí su puerta para quitarla el cinturón. Pasé mi mano bajo sus piernas y otra envolviendo su cadera para llevarla a la cama. Era normal que estuviera cansada. El hijo de puta de Volkov se la llevó a una puta nave abandonada y casi la mata, ella no había vivido algo así nunca. Luego vino Matteo, que casi nos mata también hace unas horas. Quizás Emma no debía estar conmigo, quizás estaría más a salvo sin mí. Una figura vestida de traje vino corriendo hacia nosotros.

Don, tutto bene? (¿Todo bien?) —Dijo Salvatore mirando a Emma con preocupación.

—Se ha quedado dormida en el coche, Salva. Tranquilo, está bien. —Soltó un pequeño suspiro de alivio, aunque intentó disimularlo mientras fruncía el ceño hacia ella—. ¿No te caía mal?

Mi pregunta no le pilló por sorpresa. Me reí porque, en realidad, a Salvatore le importaba mucho Emma. Y lo agradecía.

—Esta bambina (niña) va a traerte muchos problemas. —Dijo soltando una pequeña carcajada—. Me molestó mucho que hubiera quedado con Volkov y realmente no confío en ella.

—En cuanto te diga por qué lo hizo, volverás a confiar.

—¿Te lo ha contado? —Preguntó Salva con los ojos abiertos de la sorpresa. Asentí con la cabeza—. ¿Y es una razón de peso?

Volví a asentir, porque era totalmente real. El puto ruso le tendió una trampa a mi prometida, y ella no merecía el desprecio de Salvatore por un error. Todos hemos cometido alguno, después de todo.

—La llevaré a la cama. Está agotada. Aparca el coche y ve a buscarme a la habitación. Hablaremos en la oficina. —Ordené. Él asintió rápidamente y me encaminé hacia el interior de la casa. Me di la vuelta antes de que Salvatore se metiera en el deportivo—. ¿Están todos dormidos?

—Creo que sí. No había nadie rondando por la casa y habían llegado hace un buen rato.

Asentí de nuevo con la cabeza y entré en la casa gracias a la ayuda de otro de mis hombres. Escuché el rugido de mi coche en el exterior antes de que cerraran la puerta a mis espaldas. Subí las escaleras con cuidado mientras Emma acomodaba la cabeza en mi pecho. Abrí la puerta con el codo y la dejé sobre la cama. Iba a estar muy incómoda con eso puesto, por lo que me dirigí al armario para ver algún pijama que hubiera traído. Rebusqué en su maleta durante un buen rato y no encontré ningún pijama, hasta que vi una pequeña bata de satén negro y dos conjuntos, uno blanco y otro negro, parecidos al que llevaba puesto bajo el mono.

LEONE CARUSO ©Where stories live. Discover now