Mikoto busca redención

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Veinte minutos más tarde, Naruto había entrado a la casa intempestivamente, sobresaltando a Hinata que servía el almuerzo a Fugaku. El hombre lo vio con el ceño fruncido, con todo el derecho de quien ve invadida su propiedad sin la menor muestra de educación. Sin embargo, no tuvo oportunidad de exigir explicaciones o disculpas, Mikoto salió a su encuentro rápidamente entregándole el libro.

—¿Ya lo llamó? —preguntó Naruto. Ella negó con la cabeza.

—Te meterías en problemas, dile que lo encontraste en una librería de segunda mano. Después le explicaremos lo que sea necesario.

Naruto asintió, y tan súbitamente como había llegado, se marchó corriendo.

Fugaku Uchiha miró a su esposa con el gesto severo.

—¿En qué estás metida? —preguntó.

—Los espíritus han sido perturbados —dijo con la expresión neutra en su rostro —, si no hacemos algo al respecto, nunca encontrarán descanso.

Su esposo no supo qué responder. Sus padres lo habían educado para tomar sus responsabilidades como cabeza de familia en el templo y todas sus propiedades sagradas. Cuando conoció a Mikoto, supo que era la mujer perfecta para él, no solo comprendía esas responsabilidades, sino que las compartía. Y más importante aún, estaba dotada de una sensibilidad mayor de la que él jamás tendría, pero nunca la había considerado una fanática, al menos no hasta que sucedió lo de Sasuke.

Sintió miedo.

No podía distinguir si de verdad su actitud se debía a un auténtico carácter espiritual, o a lo que fuera que había causado dentro de ella el que Itachi se casara con una antigua novia de Sasuke.

A él tampoco le agradaba la idea, pero no por aquella extraña relación que había tenido la chica con el menor de sus hijos, si ella se hubiera casado con Sasuke, no le hubiera importado en absoluto, pero si se casaba con Itachi, sería un problema para la tradición familiar. Ella no tenía fe alguna y su indiferencia ponía en peligro todo por lo que los Uchiha habían trabajado durante siglos, ella criaría a sus hijos con ideologías racionales y carentes de tradiciones.

La casa, el templo principal y todos los templos secundarios se convertirían en un absurdo museo, mientras que los Uchiha descendientes vivirían en minúsculos apartamentos en el centro de la ciudad hasta que olvidaran definitivamente quiénes habían sido sus antepasados.

Así como los Senju, se extinguirían.

—Debo salir —dijo Mikoto de pronto.

—No has almorzado.

—No tengo hambre, gracias.

No se detuvo a dar más explicaciones, simplemente se alejó con su andar silencioso.

Recogía un poco su falda para que el ajuste de la cadera se deslizara permitiéndole dar pasos más largos, se condujo por los caminos, sintiendo como si los guardianes de piedra le miraran acusadoramente.

Había querido salir antes, pero le tenía preocupada lo de Naruto y solo hasta que hubo resuelto eso, se dio a la tarea de retomar su tarea pendiente, especialmente estando totalmente segura de que Itachi tendría un hijo.

En algún punto se apartó del camino y sintiendo las ramas de los arbustos arañándole las piernas y prendándose de su falda, no se detuvo sino hasta que vio la forma inconfundible del árbol que se bifurcaba en dos gruesos troncos a medida que crecía. Se sostuvo de él al tropezarse en el último tramo y levantó la vista hacia el muñeco de paja en el que años atrás había clavado la fotografía de la muchacha a quien por tanto tiempo había guardado rencor.

Rebuscó en el bolso de su delantal y sacó su rosario.

No le había deseado la muerte, le deseaba la infelicidad, que cuando sintiera que tenía todo en la vida, le fuera arrebatado.

Sasuke aún respiraba cuando ella se había lanzado a los brazos de su hermano mayor. Desde entonces la había odiado, aunque solo la conocía por fotografías. De alguna manera los espíritus no habían permitido que sus caminos se cruzaran, pero jamás había sentido tanto odio por alguien. Cuando por sus estudios se separaron y perdieron contacto, ella sintió alivio, pero tiempo después su hijo le informaba que viviría con ella, entonces lo decidió. No le permitiría ser feliz.

Se negó en rotundo a conocerla en persona, a recibirla como invitada, siempre con la excusa de que a la casa solo entraría quien fuera su esposa por todas las leyes y la esperanza de que la mentalidad moderna de la chica la hiciera reacia a casarse.

Terminó su rezo y enredó su mano con las cuentas animándose a desclavar el muñeco para después purificarlo de su odio. Sin embargo, una vez que pudo quitar el clavo, sintió las hebras de paja deshaciéndose entre sus dedos.

Entreabrió los labios conteniendo el aliento mientras sus ojos se llenaban de lágrimas y escuchaba el murmullo entre los árboles.

"Ya es tarde"

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