Mikoto está segura

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—Llévalo —le dijo con seriedad, de modo que negarse no era alternativa—. Para responder solo levantas la tapa, no es necesario presionar nada.

Ella lo recibió con las dos manos, aunque el aparato alcanzaba en una sola.

—Disculpa por no avisarte.

Fugaku agitó una mano.

—Solo ayúdenme a llegar a la sala, quiero acostarme un rato, me duele la espalda.

Entre las dos mujeres consiguieron llevarle, y aunque él mismo había puesto todo su empeño para dejar su peso en la pierna sana más que en ellas, la tarea había sido dificultosa. Él era un hombre grande y no solo su pierna estaba mal, sino también su espalda y en general le dolía el cuerpo. Ni siquiera cuando estuvo convaleciente por un disparo que recibió en un tiroteo durante un robo al banco, se había sentido tan mal.

Aunque había que considerar que eso había sucedido cuando tenía veinticinco, ahora tenía el doble de edad y naturalmente resentía el doble.

—Odio ser tan viejo —se quejó cuando finalmente pudieron dejarle recostado y se encargaban de acomodarle los cojines.

—Por favor, no hagas que Hinata-san te lleve ella sola a otro lado.

Fugaku gruñó, pero pudo entender que aceptaba eso.

Mikoto guardó el teléfono móvil en su bolsa junto con su cartera y un block para notas después de haber llamado a un taxi para que la recogiera.

—Regresaré pronto. Gracias, Hinata-san.

Tenía que llegar al pie de las escaleras que pasaba por la autopista, ya que no había ningún otro lugar más cerca en el que pudiera esperar un auto.

En su camino, rodeada por árboles y antiguos monolitos, escuchaba el viento agitar las ramas y mezclándose con eso, el susurro de los espíritus. Continuó avanzando mientras empezaba un canto para apaciguarlos. Funcionó. Las voces se detuvieron cuando llegó a las escaleras, desde lo alto miró la carretera; la evidencia de que no vivía en otra época, porque más allá de esas escaleras estaba la ciudad, bulliciosa y siempre cambiante.

Casi llegaba al final cuando el taxi apareció y después de abordarlo, en treinta minutos había llegado al café en que había quedado con el joven fotógrafo que había pedido una cita con ella.

No se sentía cómoda recibiéndolo en su casa, sobre todo con Fugaku, malhumorado por su incapacidad médica e inevitablemente escuchando todo, pero especialmente por quién era el muchacho, alguien a quien no había visto desde que eso sucedió.

Le vio agitar la mano innecesariamente ya que no había demasiada gente.

—Naruto-kun, que gusto me da verte —dijo.

El chico se puso de pie para recibirla.

—Yo... gracias... hum... de verdad gracias por venir... señora... ¡Profesora Uchiha!

Nunca antes Naruto Uzumaki se había sentido tan torpe al hablar con alguien como con esa mujer en ese momento, ni siquiera sabía cómo referirse a ella, aunque solía llamarla solo Mikoto-san como hacía con cualquiera. De pronto esa cita dejó de parecer buena idea, porque después de tantos años solo la había buscado para consulta profesional y no por aquello que los había unido cuando él era tan solo un niño.

—Sí que has crecido.

El rubio se sonrojó, luego se mordió los labios para no decir nada estúpido, lo que solía suceder estando nervioso.

—Yo... de verdad lo siento... siento mucho que...

Antes de darse cuenta ya tenía los ojos llorosos.

Bienvenida a la familiaWhere stories live. Discover now