Capítulo 4: Verdad o mentira

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—Te estoy diciendo la verdad —aseguré, con duda en mi voz.

Acababa de caer en cuenta que no me había quitado la chaqueta del uniforme de Alec antes de entrar y que esta podía reconocer aquella ropa a distancia.

—¿Crees que soy tonta? No, no estás diciendo la verdad. —Leksa de nuevo se acercó, con una sonrisa siniestra en el rostro. Me vio de la cabeza a los pies, recolectando todos los detalles posibles para poder atacar. Una vez estuvo delante de mí, sus manos se dirigieron a las mangas del saco, jalándolas y forcejeando conmigo hasta desprenderme de aquella pieza que llevaba puesta— ¿Cómo explicas entonces las iniciales que lleva por dentro del cuello? O mejor aún, ¿cómo explicas por qué llevas toda la ropa desarreglada y la cara hinchada, como si por horas hubieses estado besándote con él?

—¿Acaso importa? —le contesté apartándome.

En ese instante, al ver a Leksa en un estado molesto, recordé las palabras de Alec, diciendo que tal vez toda la agresión y los años horrendos se hubiesen terminado si me hubiera mantenido firme contra esta.

Me había visto siempre como un eslabón débil y eso había jugado a su favor.

Acababa de hacer algo de lo que por años no me atrevía capaz, responderle a Aleksandra su acoso verbal, por lo que la evidencia de aquello la sorprendió.

—¿Qué dijiste?

—Lo que escuchaste —le desafíe—, exactamente eso. No es tu problema lo que estuve haciendo o con quien estaba.

—¿En serio te estás escuchando, Brianna? ¿Pruebas una polla y ya tienes valor? —Rió con diversión.

Ignorándola, recogí mi mochila, ya que había caído al piso en medio del forcejeo por el saco. Después, comencé a rebuscar la bolsa negra llena de pastillas que contenía en él, dejándola caer los empaques, uno a uno sobre mi cama. La mirada de Leksa brilló, como si ante esta hubieran presentado el mayor de los tesoros.

Y era así, por lo menos para ella.

Aunque lo intenté, no lograba sacar las palabras de su hermano de mi mente; su voz recordándome que yo, y solo yo podía cambiar mi propio destino.

¿Y si lo hacía?

¿Y si en realidad el primer paso que necesitaba para cambiar mi vida era dormir a la cucaracha?

—Te traje esto —comenté con tranquilidad. Las cejas oscuras de esta se arquearon—. Míralo como una ofrenda de paz, no te delataré de nuevo, Leksa.

Con cuidado, como si de una bestia rabiosa se tratase, le extendí la mano, mostrándole uno de los blíster. Al principio pareció dudosa, pero luego estiró su mano, arrebatándome las pastillas.

Primero las examinó con detenimiento, luego fue por las otras, colocándolas en el escritorio que estaba de su lado de la habitación. No iba hacerle daño o algo así, no podría vivir con ello; solo quería darle algo que sabía que deseaba a cambio de que no me molestara o me controlara otra vez.

—¿Quién te crees? —balbuceó—. Primero me delatas con mi madre como si fueras mi puta niñera, luego haces mi vida imposible y ahora me traes drogas. Es porque sabes que me dieron un ultimátum.

—No sé de qué me hablas —aclaré con desgana.

—¿Mi madre no te dijo que si me descubrían de nuevo me enviaran a un centro de rehabilitación en medio de la nada? Para ti suena como la oportunidad perfecta, ¿no?

—No, Leksa, yo solo hice lo que me pidieron tus papas. —Solté un suspiro, observando cada expresión de su rostro; luego de un rato murmuré—: Sé que no somos amigas como para cubrirte, que nunca lo fuimos, pero podríamos intentarlo.

Psicosis: bajos instintosWhere stories live. Discover now