único

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Parecía una habitación en continua metamorfosis. A veces era uno de los dos cuartos que daban hacia la azotea, más arriba de las voces y las luces callejeras que lo dejaban en aquel silencio lleno de sombras.

La cama angosta, donde apenas cabía en ella, encogido. Alrededor, dos o tres muebles a punto de desfondarse por viejos. Un pequeña cómoda cuya pata faltante hacía todavía más notoria la tristeza de una verde carpetita que, sinceramente, parecía estar demás.

Un armario con un curioso cristal que trataba de espiarlo en vano, por la redonda miopía que lo afectaba desde que lo lanzaron a esta vida con la tremenda responsabilidad de ser espejo.

Contra las cáscaras de la pared, un almanaque expirado con los días que transcurrían hacia atrás, entre un par de geishas sonriendo. Y atravesada en su camino, como un obstáculo insalvable, aquella puerta allí parada, en permanente vigilia, para que nadie entrara ni se escurriese por ella.

Otra veces era un cuarto de hospital maltrecho, con olor a humedad y desesperanza, en donde él se hallaba tumbado debajo de otro hombre. Sunghoon, su amado. No podía dejar de verle la cara, era impresionantemente hermoso. Se lo susurraba cada noche, mientras unían sus labios.

Quizá allí encontraría lo que estaba buscando, en ese leve temblor, en ese quejido apenas, en la nada que venía después, porque las palabras de Sunghoon desaparecían y se acababa su lucidez. Y al final de cuentas, qué importaba eso, aquel entrevero de escenarios, que las cosas fueran y al rato dejaran de ser, que un día estuviera en la azotea y al día siguiente internado, si Sunoo tenía con él sus sueños; ese continuo no despertar que lo hacía dar vueltas y más vueltas como aletargado.

Y de tantas volteretas se le fue formando un mundo alrededor de cada giro, porque ¿Qué podía hacer mientras esperaba a Sunghoon? Le bastaba verlo para sentir circular dentro de él una dulce sensación de plenitud.

Todo se alteraba, menos la cama, donde de pronto se encontraban ambos, abrazados, repartiendo su amor uno con el otro.

— Te amo. Pero debes tomar la pastilla — Susurraba Sunghoon para después  canturrear una canción que tranquilizaba a Sunoo, la melodía era hermosa a su parecer.

Podía escuchar cualquier sonido, podía escucharlo todo. Podía escuchar al viejo canoso que lo visitaba cada día, a las señoritas que le traían la comida, podía escuchar a su cerebro diciéndole lo mismo una y otra vez.

Sin embargo, él ahora mismo ya no escuchaba ni se detenía tampoco. Pero seguía. Debía seguir cruzando aquella noche interminable hasta encontrar la salida.

Haciendo caso al pedido del que se encontraba junto a él, se tomó la pastilla, sintiendo cómo se adentraba a él y su organismo empezaba a reaccionar.

Observaba cómo la presencia de Sunghoon se tornaba oscura frente a sus ojos.

La habitación había vuelto a tener paredes. La cómoda lisiada seguía estando en su sitio, al igual que el empañado espejo empecinado siempre en capturar su imágen, que cada vez se le tornaba más esquiva.

Había dormido un poco o quizá sólo creyó dormir. Un ruido inesperado de pasos aproximándose lo obligó a encogerse y quedar inmóvil, temblando.

Mil horrores se le pasaron por la mente. Hasta el aire parecía estar aguardando, como detenido en espera de que pasara algo. Una pausa siniestra que no prosagiaba nada bueno.

Aunque también era posible que lo hubiera imaginado. No, no podía venirle sino de un sueño. ¿O sería acaso, el leve crujido que hacía la presencia de Sunghoon?

Sus encuentros eran nocturnos, no sabía cómo lograba escabullirse hasta su habitación.

Hubo un tiempo en el que Sunghoon dejó de visitar a Sunoo, hasta el punto en que Sunoo llegó a dudar de la existencia de éste. No era cien por ciento asegurable, pero todo pensamiento fuera de lo común desaparecía cada que se aparecía en su cama.

Recuerda perfectamente cuando se vieron por primera vez, la primera impresión, el primer beso, el primer abrazo, las promesas.

Luego se dio cuenta de que Sunghoon ya había estado hace unos minutos en la habitación. Ya no había quien lo protegiera.

Se enamoró de un reflejo de su soledad sin saber el daño que le causaría al estar en la realidad.

Unos fuertes golpes en las paredes del pasillo lo traen devuelta a donde está.

Sunghoon ya no se encontraba junto a él, no sabía en qué momento se fue.

O probablemente nunca llegó.

No pensó mucho en eso, su única preocupación ahora era dormir.

Sí, mañana soñaría de nuevo.

Dicen que la realidad es subjetiva, y todo el mundo hizo que cambiara la suya, sin embargo, cuando puede, vuelve a imaginarlo una y otra vez.





Gloomy || SunSunWhere stories live. Discover now