♥ Navidades en familia ♥

851 41 10
                                    


Leon miró con rechazo la ramita de muérdago que Sherry se había empeñado en colgar en la puerta de su dormitorio. "Necesitas una buena mujer que te ame en tu vida", había afirmado con voz aleccionadora. Y como aquella chiquilla rubia y adorable era su debilidad, no se había atrevido a responder lo que pensaba: que el amor sólo trae complicaciones a una ecuación de primer grado donde el buen sexo debe ser la única incógnita a resolver.

«La Navidad está sobrevalorada», se dijo orgulloso con desdén.

Iba a arrancar la dichosa ramita para tirarla a la basura cuando algo lo detuvo; no supo bien qué era, tan sólo que no pudo quitarla. Pronto se dirigió distraído hacia la cocina sin dar más importancia al asunto, concentrado tan sólo en la noche de sexo desenfrenado que iba a pasar dentro de dos días con la azafata exuberante que había conocido en el último vuelo que había tomado.

Lo que no tenía ni puñetera idea, era de porqué había asegurado a aquella chiquilla fogosa que era un especialista preparando ponche de huevo navideño. «Seiscientos mililitros de leche, sesenta gramos de azúcar... ¿Pero quién demonios mide la leche y pesa la azúcar?», se preguntó con cabreo mientras leía atónito la receta que acababa de bajar de Internet. «Y cuatro yemas de huevo, sólo las yemas. ¿Cómo demonios se separa eso? ¿Y qué haces luego con las claras? Esto no hay quien lo entienda».

A él no le gustaba cocinar, nunca le había gustado, requería una paciencia que tan sólo reservaba para el trabajo, o para perseguir una buena compañía femenina hasta conseguirla. «Ponche de huevo... ¿Por qué demonios no le he dicho que sé hacer un par de huevos fritos como el resto de los mortales? Tenía que ser ponche de huevo, y encima navideño...».

El sonido del timbre lo sacó de sus cavilaciones y, molesto, se dirigió hacia la puerta a regañadientes. La azafata en cuestión no llegaría hasta pasados dos días, así que no podía imaginar quién narices se estaba atreviendo a molestarlo durante uno de sus pocos días de permiso. Abrió la puerta y quedó gratamente sorprendido: Claire Redfield estaba ante él con una mirada decidida y un par de maletas enormes.

—¿Qué tripa se te ha roto para que te dignes a hacerme una visita? —le preguntó divertido.

Cogió sus maletas y las metió en la casa antes de arriesgarse a recibir un puñetazo de la fogosa pelirroja; parecía cabreada. Ella lo siguió con cara de palo y cerró la puerta tras ambos.

—Necesito pedirte un favor —lo abordó sin paños calientes.

—¿Pedirme un favor tú, a mí? Si hasta te sabe mal que te salve la vida. Menuda me liaste por haberte rescatado en el laboratorio de Wilson —le recordó fingiendo estar aún conmocionado.

—Sabes perfectamente que no fue por eso —le reprochó clavando en sus ojos una mirada asesina.

—Y tú sabes perfectamente que sigo pensando lo mismo. Me dejaste bien claro lo que opinas de mí. Así que, ¿en qué puedo ayudarte? —le preguntó a la defensiva.

La pelirroja lo miró con verdadera angustia reflejada en sus ojos.

—Leon... yo no quería... de verdad que no quería hacerte daño —afirmó realmente afectada.

—Pues nadie lo diría. Yo creo que hasta lo disfrutaste, cuando me diste la espalda con desprecio y te marchaste.

—Después de haberme tratado como a una niñata, como siempre, ¿qué narices esperabas?

—Lo que tú digas, Claire. ¿En qué puedo ayudarte? —repitió con voz fría.

—Mierda... No sé ni siquiera porqué he venido aquí.

Cogió una de sus maletas y fue a coger la otra, pero él la agarró por la muñeca obligándola a detenerse.

—No seré quien tú quieres que sea, pero jamás le doy la espalda a la gente que me importa —le aseguró autoritario mirándola fijamente a los ojos—. Te he ofrecido mi ayuda y mi oferta sigue en pie, si lo que quieres no está relacionado con ciertos "asuntos" de trabajo.

Claire lo observó sorprendida y relajó su semblante.

—Mi hermano Chris está desplazado en Europa en una misión para la BSAA.

—Ajá, lo sé. ¿Y qué pasa con ello?

—Que... ¡Mierda, Kennedy, no me lo pongas difícil! —le pidió molesta.

—¿Que no te ponga difícil, qué? —preguntó confuso.

—Que... ¡Que no me gusta pasar las Navidades sola! —le soltó de pronto como un proyectil, y lo miró avergonzada—. Necesito pasar estas fiestas en esta ciudad por asuntos relacionados con mi trabajo y...

—No digas más. Mi casa es tu casa —le aseguró divertido—. Sólo te pido una cosa: que dentro de dos días, por la noche te encierres en tu cuarto, te marches a cenar por ahí con quien quieras o hagas lo que te de la gana, menos estar merodeando por aquí; tengo planes.

—¿Planes relacionados con... ese muérdago tan sugerente que tienes colgado ahí? —le preguntó señalando la rama que Sherry había colgado de un modo tan evidente sobre la puerta de su dormitorio.

—Joder, no. Eso no son más que tonterías que Sherry me ha obligado a soportar —afirmó desdeñoso.

—¿Ah, sí, lo son? —inquirió con malicia.

Y ni corta ni perezosa, lo cogió por una mano, tiró de él e hizo que ambos pasasen por debajo de la ramita en cuestión. Ella pasó divertida y saltarina una y otra vez sin soltarlo de la mano riendo a mandíbula batiente.

—¿Acaso te has vuelto loca? —le reprochó atónito.

—Ahora, el gran, infalible y frío agente del Servicio Secreto, Leon Kennedy, va a sentirse perdidamente enamorado de mí quiera o no quiera —le aseguró entre risas—. Y tendrá que besarme.

Él la observó horrorizado.

—Definitivamente, a ti estas fiestas te afectan las neuronas —se lamentó con resignación—. Mira, voy a cederte mi habitación y, así, asunto zanjado.

—Ah, no, no, Kennedy. Yo dormiré en tu habitación de invitados. No me perdería por nada del mundo lo que suceda después de que, dentro de dos días, hagas pasar por aquí a tu ligue de turno —anticipó con mirada traviesa.

—Sucederá que ella seguirá su camino y yo el mío. Y punto. No te portes como una niña...

Al escuchar sus palabras, ella dejó de sonreír de inmediato.

—Tienes razón, Leon. Gracias por dejarme quedar aquí estos días; ha sido todo un detalle por tu parte. Te prometo que no seré ninguna molestia para ti.

Sin añadir nada más, cogió una de las maletas y la arrastró por el pasillo dignamente hacia otro dormitorio. No necesitaba ninguna indicación, pues ella conocía aquel piso de sobra, había estado allí en varias ocasiones con Sherry; en tiempos pasados mejores, sin duda.

Él la vio en silencio caminar hasta que se hubo encerrado en su cuarto. Al quedarse a solas de nuevo, negó entristecido con la cabeza. Estaba visto que el destino de ambos era terminar cada uno de sus encuentros con ella dándole la espalda furiosa.

◥꧁ད ˜"*°• BAJO EL MUÉRDAGO •°*"˜ ཌ꧂◤Where stories live. Discover now