Capítulo 7.

287 7 1
                                    

Cuando se lo conté a la psicóloga se extrañó bastante. Tomó enseguida unas cuantas notas y, juntando las yemas de los dedos sobre la mesa, me sugirió que comenzara a escribir un diario. De esa manera, si escribía todos los días lo que me ocurría, las pérdidas de memoria no me afectarían tanto. Además, sería bueno para mi mente que recordase todo lo que me había pasado durante el día, quizás la ayudase a recomponer mi memoria perdida. Aunque no estaba segura de si lo que había ocurrido en el mar había sido una pérdida de memoria. ¿Cómo sabía con certeza que había pasado algo? ¿Cómo iba a pasar algo en tan pocos segundos?  Ni siquiera la doctora entendía con certeza que habría podido ocurrirme. ¿Y si solo eran manías mías? Tal vez no hubiese ocurrido nada. Pero estaba tan segura de que sí...

Una vez hube llegado a mi casa aquella tarde de lunes, abrí el diario azul que me había comprado mi madre al salir del psicólogo, me senté en el escritorio de mi habitación recién pintada de gris y me dispuse a escribir mi día. Por si acaso, también relaté los hechos ocurridos desde el viernes y ciertos datos que me interesaría saber en caso de que volviera a fallar mi memoria.

Plasmé lo mejor que pude mis preocupaciones por el hombre que me espiaba y lo extrañamente tranquila que me sentía con su presencia, sobre todo desde el viernes por la noche al volver del puerto con Liam. Seguía sin saber quién podría ser, pero también debía añadir que no lo había vuelto a ver desde el viernes al salir de clase. Sentía su presencia, como si estuviese detrás de mí en todo momento, vigilando cualquier movimiento. Pero no estaba.

El sábado por la tarde Leah me invitó a ir al centro comercial más cercano de mi barrio residencial. Lo recordaba. Recordaba los caballitos de mar mecánicos y el coche para niños. Solía montar de pequeña siempre que iba.

-¿Qué tal ayer con Liam?-preguntó Leah tras dar un sorbo de su café, sentadas en una mesa del Starbucks.

-Genial, me llevó a navegar. ¿Sabías que tiene un yate?

Leah casi se atraganta con el café.

-No me extraña, siempre va fanfarroneando por ahí...

-¿Liam? ¡Qué va! Solo lo dices porque no lo conoces bien.

-Créeme, Alice, lo conozco mejor de lo que piensas.

Seguía pensando que Leah y Liam eran completos desconocidos, pero quizás era verdad que se conocían mejor de lo que creía.

-Y por eso mismo creo que no deberías juntarte tanto con él...

-No sé por qué dices eso. Es mi mejor amigo de la infancia. Confío en él.

-Bueno, has perdido gran parte de tu memoria, quizás ya no lo conozcas tan bien como pensabas.

-De verdad que no te comprendo-sacudí la cabeza, confundida.

-Es que...-frunció los labios hasta que se pusieron blancos- Nada. Solo hazme algo de caso, no te confíes tanto. Ni con él ni con nadie. Ni siquiera conmigo.

Me sorprendieron sus palabras, me dejó sin habla. ¿A qué venía aquello sobre Liam? Tendría que haberle hecho algo que le hubiese molestado para decir que me llevase cuidado con él.

Leah había abierto el cajón de las dudas nuevamente, el cual intentaba cerrar con todas mis fuerzas. Pero sabía que, para cerrarlo, tendría que resolverlas. El problema era que no sabía cómo, porque, por lo visto, todos me estaban ocultando cosas. Lo notaba en mis padres, en mi hermano cuando hablábamos por teléfono o a través de la webcam, cada uno en un extremo de la ciudad. Lo notaba en mis amigas e incluso en aquella chica, Emma.

 Mantuve mi mirada fija en sus ojos, que luchaban por mantenerse igual de fijos en los míos. Acabé frunciendo el ceño y desviando la mirada hacia mi capuchino, el cual me lo bebí casi de un trago.

Amnesia.Where stories live. Discover now