Retando al más allá

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Hacía ya seis meses que el esposo de Sofía había muerto en un fatal accidente, por que una noche un trailer invadió el carril por donde su coche circulaba, debido a que el chofer se había dormido por el cansancio.
Aquella viuda no lograba consolarse, ni aliviar su gran pena y andaba todo el día sucia, desarreglada, sumida en un constante llanto, sin trabajar. Estaba en pésimas condiciones, además, no había poder humano que la convenciera de enfrentar la realidad. Cuando por fin decidió abandonar aquel estado fue a visitar la tumba donde reposaban los restos mortales de su compañero. Al llegar al sepulcro no pudo reprimir la sensación de angustia y soledad que siempre la acompañaban desde que aquel falleciera. Después como si realmente estuviera vivo comenzó a hablarle. Le dijo entre varias cosas, que si en verdad habían valido la pena los años vividos, cualquier día enviara una señal indicándole, tal como había jurado ante el altar, que continuaba a su lado. Un ligero y tibio vientecillo rocío su rostro y sin más, cesó su desesperado llanto. Una vez de vuelta en su casa, ésta le pareció menos vacía y, por primera vez en meses, sintió hambre. Además, comenzó a cuidar más su arreglo personal y se animó a buscar un nuevo empleo como enfermera. Cierta noche, decidió finalmente, dormir en la habitación conyugal y así abandonar el cuarto de visitas. Cepilló su cabello, se desmaquilló, se dió un ligero masaje en los pies y se metió en la cama. Sin embargo, sintió flotar algo raro en el ambiente, pues creyó percibir el aroma de la loción que acostumbraba usar su finado esposo. Serían como las tres de la mañana aproximadamente cuando, aterrada, oyó unos leves toquidos. Sabía que estaba completamente sola en su hogar así que ¿quien diablos sería? Sin embargo, hizo acopio de valor y fue a abrir la puerta. Casi se desmaya de la impresión cuando vio ante ella el impactante espíritu de su desaparecido marido, quien estaba vestido como el día del accidente
-Sofía- le dijo con voz cavernosa y lejana -me pediste una prueba de que no te he abandonado; te la daré, pero antes quiero pedirte más resignación. Tu llanto, tu dolor y tu desesperación no me dejan descansar. Ahora estás más tranquila y eso me permitirá ir a donde me han destinado. No importunes más mi descanso por favor, no sigas retando las leyes del destino. Te amo y siempre estaré junto a ti, aunque no me veas. Como prueba te dejo mi argolla matrimonial. Nunca olvides que te amaré por siempre. Adiós.
Impactada y con un frío tremendo, Sofía se desvaneció cuando literalmente se esfumó la imagen. Al volver en sí se percató de que no había sido un sueño, ya que en la palma de su mano estaba el anillo de su marido, con el que lo habían enterrado. Desde entonces, su corazón se alivió del sufrimiento y la soledad.

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