Sonrisas forzadas

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Te miré, nos miramos y sonreímos como si nuestra vida dependiera de ellos. La sonrisa de Sandra evolucionó hasta convertirse en una cruel carcajada. Yo no podía dejar de sonreír.

— ¿Se puede saber de que diablos te ríes? — pregunté enfadada, sin dejar de sonreír —. Esto es grave

Sandra ignoró mi pregunta, en lugar de una respuesta me dijo:

— A ver Daniela explícamelo de nuevo. ¿Qué es esto que tienes en el cuello? — me preguntó mientras tocaba el collar rojo con luces verdes.

— Es un collar de sonrisas. Si no dejo de sonreír explotará llevándose mi cabeza en el proceso.

— ¿Por qué creaste un collar de sonrisas para comenzar?

— Ayer estaba viendo Capitana Marvel y pensé: "El mundo necesita sonreír más".

Sandra asintió, alejó un mechón de cabello de los ojos. Entre risas me preguntó:

— Lo que debí haberte preguntado desde un inicio es porque te pusiste el collar en primer lugar. Porque te lo pusiste tu misma, por decisión propia, por voluntad propia, bajo el libre albedrio...

Sandra no dejaba de reírse, su rostro se estaba atomatando.

— Es que no tenía a nadie más con quien probarlo. Chip, nuestro chimpancé, está muerto. Al parecer no se puede trasplantar el corazón de un humano a un chimpancé.

Sandra se quitó una lagrima de los ojos, cualquiera pensaría que se estaba riendo del pobre Chip; pero no, se estaba riendo de mí.

— Daniela, cerebro de cucaracha de Síndrome de Down, ¿Cómo puedes ser tan estúpida? Creo que solo tienes la cabeza de adorno, y solo hay un espacio hueco donde debería estar tu cerebro... ¿A todo esto de donde conseguiste un corazón...?

"Collar activado", dijo una voz robótica amenazante. Sandra palideció. "Si no sonríe en los próximos cinco segundos el collar estallará. Cinco, cuatro, tres...". Sandra sonrió.

— ¿Qué hiciste, Daniela? — preguntó Sandra mientras se trataba de quitar el collar del cuello.

— Nadie llama "estúpida" a Daniela Bustamante y vive para contarlo. Nadie.

— Daniela, en esta vida hay una excepción para todo.

— ¿Qué quieres decir?

— Te voy a matar.

Sandra se lanzó encima de mí. Sandra es mi hermana menor, cinco años menor, pero ha pasado buena parte de su vida en el gimnasio. Sus puños se sentían como enormes rocas golpeando mi cara. Después del golpe número veinte pensé que se iba a cansar, pero todavía tenía energía adicional para otros veinte golpes más.

Por suerte se detuvo en el golpe 35. Sandra entró en razón.

— Si te mato jamás podré quitarme el collar.

Sandra me pasó un pedazo de carne del congelador.

— ¿Hay alguna forma de quitarnos esto? — preguntó una desahogada Sandra, mientras pasaba un lápiz entre el collar y su cuello. El lápiz se rompió apenas lo jaló.

— Si, el collar se quitará solo en veinticuatro horas.

— O sea que vamos a tener que sonreír sin parar por 24 horas.

Asentí. Me dolía mucho el hacerlo.

— Podemos hacerlo — me dijo Sandra muy optimista después de darme la paliza de mi vida.

Fue mucho más fácil decirlo que hacerlo. No pudimos comer bien porque comer y sonreír no se mezclaban, tuvimos que cortar la carne en pequeños pedazos para poder tragarlas sin masticar. No pudimos dormir, no conozco a nadie que haya podido dormir sonriendo constantemente. Tras la decima película de Jim Carrey las luces verdes se apagaron y el collar se desprendió.

— ¡Somos libres!

— Qué bueno — respondí —. Si vuelvo a ver una película más de Jim Carrey voy a matar a alguien.

Me quedé dormida ahí mismo. Estaba tan cansada como para ir a mi cama. Sandra fue por una frazada y me arropó.

— Buenas noches, hermana.

No sé cuanto tiempo dormí, solo sé que la mano de Sandra se encargó de despertarme. Abrí los ojos y vi una película de animación en la televisión. No cualquier película de animación: "La tumba de las luciérnagas". Justo en la escena cumbre, la bomba atómica que evaporaría la vida de los protagonistas. La escena me dejó destrozada.

Figurativa y literalmente.

"Carencia de sonrisa. Explosión inminente"

Retiré la frazada de mi cuerpo, el collar estaba en mi cuello. Las luces verdes brillaban en su totalidad. Sandra se despidió de mi con una sonrisa satánica. Se puso un protector en la cara. Cerré los ojos, esperando mi pronta muerte. Tenía que esperar otros treinta años más, con mis hábitos alimenticios y mis tres cajetillas al día era lo máximo que podía esperar. Lo único que escuché fue una diminuta explosión interna y mucho humo.

— ¿Eso es todo?

— Si, el collar no está terminado. Necesita algunas mejoras.

— Eres decepcionante en todos los sentidos.

Me tomó tres días reparar el collar, no dejaba de pensar en Sandra mientras lo hacía. ¿Habrá surtido efecto el somnífero que puse en su café? Espero que sí. Unos últimos ajustes y estará listo.

— ¿24 horas? 24 días diría yo.

FIN

Cuentos de locura y muerte  Vol 1Where stories live. Discover now