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Jonathan tiene días buenos y días malos (como todo el mundo, supone). Dado que tiene estándares bastante bajos de la vida en general, su idea de un buen día es simplemente un día tranquilo, donde su madre sonreirá y escuchará a su hermano reír y nadie tendrá pesadillas.

Ahora, los malos días están cubiertos en forma de una nube negra proverbial, las pesadillas lo acosan incluso despierto, las deudas se acumulan en una montaña de papeles dispersos sobre el mostrador de la cocina y todo el mundo es tan ruidoso.

Éste es uno de esos días, malo. Había pasado la mitad de la noche consolando a Will por una pesadilla y la otra mitad teniendo una horrible él mismo, donde las súplicas de su hermanito se transformaban en la voz de un monstruo. En la mañana, el mundo se sentía como una masa gris, dura en el centro y pegajosa en los bordes.

Llevó a Will a la escuela, dónde todos sus amigos ya lo estaban esperando en la entrada, y luego condujo a su escuela. Encendió la radio, pero el sonido de The Clash no logró ser de ninguna ayuda para ahogar sus pensamientos.

Al llegar a la escuela, Nancy lo estaba esperando para contarle sobre un puesto de becaria al que quería postular en el verano y si él estaría interesado en empezar a prepararse para aplicar con ella y así encaminarse hacia el periodismo. Jonathan, honestamente, prefiere el artea fotografía artística mucho más que el periodismo, pero él de todos modos le responde a Nancy que sí, que lo hará, y eso parece funcionar para que ella se aleje, satisfecha consigo misma.

La escuela es ruidosa, es ruidosa y Jonathan quiere huir, alejarse de toda esta gente. Ninguno de ellos sabe que ha estado apunto de morir por un monstruo más allá de esta dimensión, ninguno puede-

Dios, el ruido es horrible.

Jonathan no entra a clases, en su lugar, esconde la cara hasta la nariz en su bufanda y sale al patio exterior de la escuela, dónde está la cancha exterior y las gradas que la escuela nunca terminó de construir por falta de presupuesto.

El silencio oprimido apenas por el suave murmullo del viento le hace exhalar un suspiro de alivio. Ni siquiera le importa el frío, ya que funciona como una forma de conectarlo nuevamente con la realidad.

Un poco más tranquilo, levanta la cámara en sus manos y comienza a tomar algunas fotografías, jugando con los ángulos de la cancha descuidada y las gradas inconclusas que parecen rotas.

En un momento dado, apunta hacia el espacio bajo las gradas y, justo cuando la cámara hace click, descubre con un sobresalto que alguien le devuelve la mirada.

Jonathan da un respingo, bajando la cámara para observar como Billy Hargrove avanza hacia él con su clásica media sonrisa astuta y un cigarrillo entre los dientes.

Como el flash de una cámara, Jonathan recuerda como Billy llegó a su casa hace dos noches, golpeado e inestable, y como lo curó por segunda vez desde que se conocen. Recuerda, también, su despedida, y la promesa tentativa de que podría encontrar en Jonathan un lugar en el que esconderse.

—Billy —pronuncia, y el nombre sale de sus labios como trozos de seda, su voz suave por el poco uso.

—Hey, Byers, me estaba preguntando cuando volveríamos a encontrarnos.

Billy se ve bien, o al menos, mejor que como estaba cuando fue a ver a Jonathan. Sus heridas se están curando bien, poco a poco reduciendo los moretones a manchas descoloridas sobre la piel.

Eso es bueno, aunque Jonathan no puede evitar estremecerse al recordar la razón de esos moretones en el rostro de Billy, un recordatorio del tiempo en que Jonathan tuvo esos mismos moretones pintando su propio rostro.

Panic Room | Byergrove.Where stories live. Discover now