Capítulo 4)Joel

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Llegaron a Londres la tarde del día siguiente. Esa mañana, Joel fue a una última reunión mientras Chesnie repasaba las notas del día anterior. Todavía no había terminado de hacerlo cuando volvió su jefe, pero comieron rápidamente y se fueron directos al aeropuerto.

La oficina de Londres estaba como siempre, bullendo, y no había ni un minuto de descanso. Chesnie se puso al día de las llamadas que se habían recibido en su ausencia.

A las seis y media, Vernon Gillespie y Russell Yeatman, dos de los consejeros que estaban a favor de que Joel ocupara la presidencia, se pasaron a recogerlo para asistir a una conferencia.

A las siete, Chesnie seguía trabajando. Pensó que ojalá hubiera algo de picar en la conferencia, porque Joel apenas había comido. De repente, detuvo en seco sus pensamientos. ¡Ya era mayorcito! No tenía por qué preocuparse por él.

Se fue a casa convenciéndose de que solo había sido porque había visto el día tan horrible y agobiante que había tenido su jefe. Se habría preocupado por cualquiera en su situación.

Se dio una ducha y se preparó un sándwich de queso, y… seguía pensando en

Joel.

Estaba agotada, pero reunió fuerzas para ponerse a ordenar un poco la casa. Mientras lo hacía, sonó el teléfono.

—¡Menos mal que estas despierta! —Chesnie sintió que le daba un vuelco el corazón y sonrió. —¿Estás sola?

Ella tomó aire para no darle una mala contestación.

—Buenas noches, Joel —le dijo amablemente—. ¿Qué tal la conferencia?

—Muy bien —contestó él también con amabilidad—. Verás, necesitaría algunos documentos para la reunión de las nueve de la mañana.

«¿Ahora?».

—Puedo estar en la oficina dentro de media hora y…

—No, no, no se me ocurría pedirte a estas horas de la noche que vuelvas a la oficina.

—¿Ah, no?

—Estoy en la puerta de tu casa —le dijo sorprendiéndola —y como tienes ordenador en casa…

¡Pero si estaba sin maquillar y en vaqueros!

—Muy bien, te abro —contestó todo lo tranquila que pudo.

A los pocos segundos, Joel llamó al portero automático y, en un abrir y cerrar de ojos, llegó arriba.

—Pasa —lo invitó.

Lo iba a guiar directamente al «despacho», aquella ridícula segunda habitación en la que había instalado el portátil, cuando lo sorprendió mirándola.

—Estás preciosa.

A Chesnie se le secó la boca. ¡La encontraba preciosa sin maquillaje!

—Si tú lo dices…

Joel siguió mirándola.

—¿Has comido? —le preguntó nerviosa.

—Claro, a la hora de comer.

¡Pues debía de estar muerto de hambre!

—¿Te apetece un sándwich de queso?

—Mucho —aceptó Joel siguiéndola al salón. Se tomó el sándwich y dos tazas de café mientras le hablaba del negocio que quería cerrar al día siguiente.

Ella encendió el ordenador a las once de la noche. Tras unas cuantas preguntas, se pusieron manos a la obra.

Eran casi las dos de la madrugada cuando lo apagó.

No Es Nada Personal©Where stories live. Discover now