Capítulo IX: La razón detrás de las decisiones.

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Compás le había dado a Tiza un diario maldito, y a Mancha le había dado una lista de libros maldita.

Mancha, tan sorprendido como él mismo, lo guio por los pasillos de la biblioteca hasta que llegaron a la sección de Historia. En ella, tomó un libro pequeño, escondido entre otros mamotretos más grandes, y lo abrió para enseñárselo. Era una pequeña crónica de un mercader alonio en la isla Ryukuni. Tenía dibujos rápidos y prácticos sobre las ropas, edificios y paisajes de la isla, pero lo que llamó la atención del homúnculo fueron las pequeñas anotaciones que ocupaban los márgenes de las páginas. Estaban escritas con la misma letra abigarrada que llenaba las página de su diario, y abajo estaban firmadas con el mismo nombre: "Antar"

—Todos los libros de la lista tienen anotaciones de esta persona —explicó Mancha. —Son de diferente tipo, y las anotaciones también. Comentarios sarcásticos, reflexiones...A veces solo subraya una parte y anota una sola palabra. Al principio pensé que debía haber sido algún alquimista, pero luego leí una de las anotaciones donde mencionaba que era ... —bajó la voz —una homúnculo.

—Es la misma que escribió el diario. —aseguró Tiza —mismo nombre y misma letra.

—Y hay más. —Mancha tomó el libro y lo pasó las páginas hasta llegar a la que buscaba. —Mira.

En la página, como en la anterior, había una anotación de Antar. Tel texto hablaba sobre los castigos físicos que empleaban los Ryukuni con sus hijios, y Antar comentaba, en tono jocoso, sobre cómo el miedo al castigo parecía ser un excelente método educativo. Abajo de esta nota había otra más, era mucho más reciente y de caligrafía ordenada y clara. Los ojos de Tiza se abrieron redondos y asombrados, y su corazón se desbocó, latiendo acelerado entre sus costillas: era una letra que conocía muy bien, la de Compás.

La nota era concisa: "Miedo: método inefectivo." No decía nada más. Los ojos de Tiza se llenaron de lágrimas.

—¿Hay otras?

Mancha asintió, también emocionado. —Muchas.

Ambos se quedaron en silencio en medio de la biblioteca durante un buen rato, incapaces de decir nada.

—Si Antar escapó de la Torre, puede ser que entre el diario y los libros de la lista encontremos algo —. Mancha rompió el silencio de pronto, su mirada se perdía mirando las estanterías oscuras. —Quizás eso quería Compás.

—Necesitamos a Adso. —La voz de Tiza fue un murmullo diminuto. Era más fácil pensar las cosas de manera práctica que detenerse a analizar las implicaciones de lo que ahora sabía. Adso, que conocía el mundo exterior, era necesario para cualquier escape.

Mancha asintió.

—Y tú tendrás que ganar tiempo. Una fuga no se planea en una tarde. —La voz de Mancha también era pequeña, apenas un aliento que escapaba de sus labios.

Los dos homúnculos, minúsculos, empezaron su investigación. La biblioteca alrededor de ellos les parecía cien veces más grande que lo usual, pero no se rindieron. Si algo se le daba bien a ambos era buscar información, procesarla y entenderlaTal y como habían imaginado, entre las notas de Antar, sus anotaciones y los libros que consultó, poco a poco, los dos juntos, pudieron trazar una imagen más o menos aproximada de sus intenciones. Por eso, cuando dos días más tarde pudieron por fin hablar con Adso, ya sabían muchas más cosas.

Adso los escuchó en silencio, con el ceño fruncido en un gesto de seriedad inusual en él. Estaba sentado en el suelo, con la pierna mala extendida y la otra flexionada de tal forma que podía apoyar el codo en ella en una postura relajada, pero de un raro ensimismamiento. Cuando Tiza acabó de exponer sus pesquisas, el alquimista aún permaneció callado un rato más, barruntando algo.

Camino de TizaWhere stories live. Discover now