12 - Concupiscencia

57 8 42
                                    

Evan embolsaba restos humanos en la habitación que había convertido en matadero. Pretendía evitar que la peste a putrefacción ahuyentara a sus próximas víctimas. Desde que se alimentaba de humanos, había obtenido un control absoluto sobre su cuerpo. Los ataques habían desaparecido y decidía cuándo comer. Sus recuerdos eran lo único que no podía recuperar.

―Estoy perdiendo la noción del tiempo al igual que la cuenta de las prostitutas que me han servido de alimento. Tarde o temprano, alguien echará de menos a una y comenzarán las investigaciones. Llevo una buena vida sin hacer otra cosa que pedir comida a domicilio y limpiar los desperdicios. Pero empiezo a aburrirme de esta pasividad. Si, al menos, se repitiera lo de aquella vez... ―decía Evan, gustoso de hablar consigo mismo, hasta que sonó el teléfono―. Hola.

―Hola, Evan. Soy Elisa. ¿Cómo estás?

―Me alegra escucharte. Estoy de maravilla. ¿Qué hay de ti?

―Bien. La semana empezó como un desastre, pero luego fue todo lo contrario. Me preguntaba si podía visitarte. Habíamos quedado en que te llamaría...

―No lo pienses más. Ven. Deseo verte ―enfatizó Evan, sonriente, para nutrir su entusiasmo.

―Vale, iré lo antes posible. ¡Nos vemos!

―Tendré que darme prisa con esto —articuló Evan tras colgar—. No quiero asustarla.

***

Elisa paseaba con Simón por una avenida comercial. Como buena hermana, le hacía un favor ayudándolo a encontrar las películas que le faltaban de Tatiana. Luego, lo acompañó a la casa de su amiga y acordaron que se verían más tarde. La agente optó por ahorrarse los detalles sobre el amigo que visitaría, sobre Evan.

Tatiana, destilando su esplendoroso encanto, recibió a Simón. Este alucinaba con la impresionante mansión de la exactriz, pues nunca había pisado una casa tan lujosa y moderna. Pero lo que realmente le robó el aliento fue contemplar a la anfitriona sudorosa, con los cabellos recogidos en una cola de caballo, y luciendo su magnífica figura resaltada por su ropa deportiva, que indicaba que debía estar entrenando.

―¿Llego en mal momento? ―supuso Simón.

―No. Al contrario, llegas en buen momento. Deja tus cosas donde quieras y sígueme.

Simón, boquiabierto, observaba cada espacioso, impecable y minimalista rincón de la casa a su paso, aunque olfateó cierta soledad entre tanta inmensidad. Tatiana lo condujo hasta la habitación del gimnasio, donde tenía tanta variedad de máquinas para ejercitarse que algunas ni las utilizaba. Le indicó al muchacho dónde encontrar ropa para cambiarse.

―Tienes una casa fantástica ―comentó Simón mientras se ponía el conjunto deportivo.

―Me gusta que no me falte de nada. ¿Listo?

―Sí ―afirmó Simón.

Ambos se posicionaron cara a cara sobre una amplia colchoneta. Simón no tenía muy claro qué hacer, por lo que se limitaba a seguir las indicaciones de la francotiradora. Tomándolo por sorpresa, Tatiana lo atacó para analizar su reacción. El joven empleó una mano para defenderse y así comenzó a saborear el suelo. Ella lo proyectaba con facilidad, como si fuera un mero juguete.

―Pensaba que entrenabas ―expresó Tatiana con burla.

―Sí, pero no me han enseñado a defenderme de este estilo de lucha ―alegó Simón al levantarse.

―Vale. Muéstrame lo que te han enseñado. ―Tatiana cambió de estilo de combate, adoptando una postura más defensiva.

Algunos puñetazos de Simón impresionaron a la actriz, al igual que su capacidad para esquivar varios de sus ataques. Bajo el criterio de la agente, el chico iba por buen camino, pero estaba le quedaba mucho entrenamiento por delante. Sumida en un rol más juguetón, Tatiana fingió que no pudo desviar el puño que terminó en su abdomen. Simón, temiendo haberla dañado, bajó la guardia como todo un inocente, ocasión que la francotiradora aprovechó para derribarlo y, de forma insinuante, sentarse encima de él.

Evan 1. Renacer © [En proceso de edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora