Melifluo.

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Elena puso sus morenas manos en las teclas del piano. Respiró profundo, aspirando el olor de las margaritas que acababa de poner en el florero. Las partituras de alguna pieza desconocida para ella estaban encima del instrumento, era una lástima que nunca llegó a entender esa forma de graficar las notas. En verdad no lo había aprendido por puro gusto, ya que más de una vez su madre le había ofrecido clases de piano, pero dentro de su ignorancia juvenil se había negado. No creía que eso fuera necesario para sentir la música.

Miró a los lados, asegurándose de que no había nadie a su alrededor. Se sentó en el banco y botando todo el aire contenido, sus dedos danzaron de forma fluida sobre las teclas, dibujando las notas de Para Elisa en el aire; esa canción le traía demasiados recuerdos. La había grabado en su mente aquel lejano día, oculta tras un mueble del cuarto de aquella iglesia, observando a un pálido muchacho tocarla con devoción. Y le pareció que era parte de ella. Qué era su canción.

Así que siguió tocando, mientras sus oídos evaluaban cada nota y su alma se movía al ritmo de la sonata. Estaba sonriendo por primera vez en mucho tiempo.

Pero la felicidad a veces tan solo dura un instante.

—¡¿Quién demonios está tocando el piano?! ¡¿Acaso no ven que odio ese ruido?!

Y la música cesó. Y ella se alejó.

Y volvió a ser solo un adorno en esa casa.

Momentos.Where stories live. Discover now