—Guille —la voz de la joven salió casi como un ruego, por lo que él se volvió a mirarla—. Por favor, si sabes algo dímelo. 

Él caminó hasta ella, tomó su rostro con ambas manos y algo en su expresión le decía a la joven la forma en que él se reprimía por no decir lo que tanto ocultaba. 

—No puedo —dijo, casi con dolor—. Te quedarías atascada aquí, todos. Y no quiero eso, quiero que puedas elegir. 

—¿Por qué hablas como si estuviéramos encerrados? 

—Porque lo estamos. —Se miraron a los ojos. Liz deseó con todas su fuerzas poder entender las palabras del joven, o siquiera poder ver algo con solo tocarlo. Alzó las manos y aferró la playera del muchacho, deseando, queriendo entender. Pero nada ocurría, estaba en blanco. Él en cambio ladeó una sonrisa, una suave, casi un regalo en aquella oscuridad. Acarició su cabello y dijo—. Ya nos habíamos visto antes, antes de todo esto. —No se apartó de él, todo lo contrario, permaneció allí, esperando que él le explicara, esperando que algo de lo que dijera tuviera sentido, porque ella no lo recordaba, ella sabía que nunca lo había visto, pero entonces él agregó—. Bueno, yo te había visto a ti. En el instituto, tu ibas dos cursos por delante de mi. Siempre andabas sola, usando aquella ropa tan holgada y tapada, y yo siempre te veía, pero creo tu nunca me viste a mi. 

En el instituto, intentó recordar. ¿Cómo era cuando estaba en la secundaria? Hizo presión, le ordenó a su cerebro que recordara, algo, un dato, cualquier cosa. Sabía que tenía veintiún años, sabía que su madre estaba muerta, sabía que le gustaban los refrescos. Pero no sabía nada más, ni siquiera recordaba el nombre de su padre. 

—No lo recuerdo —dijo con suavidad, asustada, casi temblando, y él volvió a sonreír. 

—Por supuesto que no. 

Y luego de escuchar esa respuesta, no pudo controlarlo más. Lágrimas salieron de sus ojos, marcando un camino húmedo por sus mejillas, temblores se apoderaron de su cuerpo, sus manos enganchadas, aferradas a la playera de Guillermo y él la atrajo hacia si, aferrándola en un abrazo protector y ella lo adoró por eso. Porque necesitaba sentirse acompañada, segura, querida. 

«¿Que sientes por Guillermo?» La pregunta del hombre de traje resonó en su cabeza, haciendo el miedo incontrolable, el ataque insoportable. Los sollozos se intensificaron, así como el abrazo de él. 

¿Qué sentía por él? ¿Cómo podía saberlo? Apenas y lo conocía, pero entonces él decía aquello. Ya la había visto, la conocía de antes y ella no lo recordaba. Y pensó en todo lo que estaba atravesado junto al joven de mechas azules. Él la vio en la pasarela, él le dijo que la cuidaría, durmió con él dos noches, con su brazo aferrándose a su cintura, con su cuerpo pegado del suyo. ¿Qué sentía por él? Necesidad. 

Lo necesitaba, necesitaba su compañía, necesitaba su abrazo, necesitaba entender qué estaba pasando. 

Comenzó a calmarse, sus temblores fueron disminuyendo, sus sollozos apagándose, pero el abrazo continuó, igual de fuerte que como comenzó. Hasta que ella se separó de él, alzando el rostro, mirándolo con los ojos brillantes, suplicantes por una respuesta y él debió entenderlo, pues dijo. 

—Tienes que verlo por ti misma, Zeth. Solo así podrán salir de aquí. —Con los dedos él secó sus lágrimas y ella asintió. Aunque solo lo hizo por acto reflejo, pues comenzaba a darse por vencida. No entendía y probablemente nunca lo haría. Probablemente ni siquiera era necesario, casi estuvo a punto de reír con ese pensamiento, ¿para que quería entender lo que pasaba si en cuestión de días podría estar muerta? 

Se miró la mano vendada, la herida seguía sin cerrarse. ¿Quién decía que esa herida no terminaría matándola? ¿Quién decía que cuando salieran del edificio al día siguiente no los mataría una de aquellas arañas o los gusanos o las cosas albinas? ¿Qué importaban las respuestas si el mundo estaba sumido en el caos? ¿Qué importaba si todos se iban a morir igual? 

Guille le tomó la mano vendada y la apretó con sutileza, haciéndola arrugar un poco el rostro. 

—Estarás bien. 

—No lo sabes —contrarrestó—. No sabemos nada de esas criaturas, hasta donde sé podría estarme muriendo sin saberlo. —Y él hizo algo muy extraño en aquella situación, sonrió, haciendo que ella también lo hiciera, ladeando sus labios en un gesto que casi había olvidado—. Estoy aterrada —confesó, maravillándose de lo sincera que podía ser con él, no era la primera vez que le confesaba sus miedos y no era la primera vez que él estaba allí haciéndole compañía. 

Pero esa vez no dijo nada, esa vez él soltó la mano herida, acunando su rostro de nuevo, acortando la distancia de sus rostros, chocando sus labios con los de ella y ella lo dejó, le siguió el ritmo e incluso presionó más que él, aferrando su playera, pegándose tanto como podía a él, hasta que algo sucedió. Su cabeza palpitó de nuevo, esa migraña maldita regresando, trayendo consigo una sensación que no deseaba. 

Se separó de Guille, abrumada por lo sucedido, con un destello de algo olvidado brillando en los más profundo de su mente, se tomó la cabeza con la mano derecha, apretando, intentando alcanzar ese recuerdo. ¿Qué era? ¿De quién era? 

—Zeth, ¿qué tienes? 

Se escurrió entre sus manos, lo perdió y no pudo verlo. En cambio sí vio a Guillermo, teniéndolo allí tan cerca suyo, mirándola con aquella intensidad. Haciéndola desear algo que en las circunstancia parecía imposible. Un segundo de tranquilidad, solo eso deseaba, quería sentirse segura aunque solo fuera una ilusión, una falsedad. 

—No me dejes sola —fue lo que dijo, deseando que él lo prometiera, que le asegurara que no importaba qué pasara, él estaría con ella y no la defraudó. Lo prometió y ella lo adoró. Y se permitió olvidar sin temor. 

Decidió que era el momento de apagarlo todo. Apagó el miedo, apagó la angustia. Mandó al diablo los recuerdos que no volvían y los números que no entendía. Se deshizo de aquella sensación que la quería dominar cuando sintió las manos de Guille en su espalda. Haciendo subir su camisa. Y presionó, dejándose guiar hasta el sofá, sentándose a horcajadas sobre él mientras lo despojaba de su ropa. 

Algo pasaba, algo gritaba en su mente, algo que ella decidió que no era necesario en ese instante. No quería que nada le importara, y solo quería sentir. Pero era como si esas sensaciones no pensaran dejarla en paz, porque allí estaba, desnuda, sintiendo los labios de Guille recorriendo su abdomen, subiendo hasta sus pechos, y se preguntó. «¿Ya había estado con alguien así antes?» No lo recordaba, pero pensaba que sí, y cuando ese sentimiento de horror volvió ella no le permitió tomar el control, no lo consentiría, no lo quería. 

Así que enredó sus manos en los cabellos del joven y jadeó, adorando sus suaves caricias, adorando sus besos. Sintiéndolo entrar en ella, haciendo a un lado un dolor antiguo, haciendo a un lado un asco pasado; olvidado y odiado. Abrazando en cambio los nuevos recuerdos. Atesorando lo que sí podía ver, oír, sentir, y por eso se concentró en ello. 

Se concentró en las cosquillas que subían por sus piernas, se concentró en las manos de Guille aferrando su cintura, en disfrutarlo porque podía estar muerta en unos días. Y llegó al punto máximo de placer, enterrando la cabeza en el cuello de él, oliendo su sudor, deseando que la circunstancia fuera otra.

Experimento 411Where stories live. Discover now