Capítulo 12

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Cuando se despertó estaba en otro lugar, pero en el mismo de igual modo. Seguían en el mismo edificio, salvo que en otra oficina. Arelis estaba asomada a una ventana cubierta con una de esas cortinas de persianas, con los dedos separaba las rendijas y se aventuraba a mirar hacia afuera. Liz se incorporó, estaba tumbada sobre un pequeño sofá y la cabeza le palpitaba. Miró a su alrededor, en la oficina se veía una estantería, un escritorio con una pequeña maceta sobre la superficie y sillas de metal. Guille no estaba. 

—Ey, estas despierta. —Arelis se le acercó, luciendo un poco más animada, se sentó a su lado y le tocó la cabeza—. ¿Qué fue lo que te pasó? ¿Estás bien? 

—Si. —Liz cerró los ojos un instante, rememorando, intentado entender en vano—. ¿Y Guillermo? 

—Me dijo que nos quedáramos aquí, fue a cerrar la entrada. Dijo que es mejor que no sigamos moviéndonos, que mañana podemos volver a tu casa. Yo creo que tiene razón. 

Lizeth la entendió. La muchacha estaba asustada y no era para menos. Vagar por aquella desierta ciudad a esas horas no parecía muy buena idea después de que ya lo habían hecho. Quizás fuera buena idea quedarse allí, descansar, sentirse a salvo por un instante. 

Arelis siguió haciéndole preguntas que ella no sabía como responder. Le preguntó sobre las conversaciones con Guille de las que ella no entendía y Liz sintió la tentación de decirle que ella tampoco las entendía, pero no lo hizo. Se limitó a restarle importancia a sus preguntas, diciendo que era mejor descansar y alegando que no se sentía muy bien. Cuando Arelis le preguntó qué tenía, le dijo que solo era una pequeña migraña y eso era verdad. Era un pequeño dolor palpitante que estaba abrazando su cabeza. 

Se levantó y comenzó a vagar por la pequeña oficina, masajeando sus cienes. Dejando que Arelis se recostara en el sofá. Caminó hasta la ventana y observó hacia afuera. Observó con horror una de esas arañas arrastrando su gigantesco y asqueroso cuerpo por la calle. La vio subiéndose a algunos autos, aboyando sus capos y luego la vio perderse en la oscuridad. Luego la calle permaneció desierta, en silencio. Se quedó mirándola por largo rato. Imaginado autos deslizándose por allí, personas caminando por las banquetas, deteniéndose a observar una vidriera, mirando sus relojes pulsera, retomando el paso. 

Cuando la puerta se abrió estuvo a punto de gritar, pero solo se trataba de Guille, se le veía un poco cansado, con la Glock en el cinto de los pantalones, un poco despeinado. El muchacho dirigió la mirada al sofá, allí Arelis dormía. Lizeth notó que ni siquiera se dio cuenta de en qué momento exacto la castaña se dejó arrastras por los suaves dedos del sueño. 

—¿Estas bien? —preguntó él en un susurro, mirando a Lizeth y ella asintió. Pero parecía que aquello no calmaría al muchacho, él le hizo una seña y abrió la puerta. Salieron al pasillo y Guille cerró la puerta tras de si con cuidado, deseando que Arelis no se despertara. Luego comenzó a caminar por el pasillo y Lizeth lo siguió. 

—¿Encontraste al sujeto? —Ella le asintió, recordando la extraña conversación—. ¿Y qué pasó? 

—No lo sé. —Se detuvo a mitad del pasillo, mirando las puertas de las oficinas, algunas cerradas, otras abiertas. Guille se volvió—. No entiendo nada de lo que esta pasando. Pero sé que tu sabes algo, algo que no me quieres decir. 

Guillermo no contestó. Se giró y retomó el paso, dirigiéndose hacia una oficina cuya puerta se ostentaba abierta. Esa era más grande que las otras dos que Lizeth había visto previamente. Esa tenía un sofá azul pegado a la pared y sobre él estaba un cuadro, en el cual se veía un sol rojo que se ocultaba tras una montaña gris. Guille extrajo la Glock del cinto de su pantalón y la colocó sobre un escritorio. A diferencia de los otros dos, ese era de vidrio, sobre él estaban un par de carpetas marrones y algunos marcadores dentro de una taza roja. 

Experimento 411Donde viven las historias. Descúbrelo ahora