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Richard acudió al apartamento de Elisa. Tocó el timbre con insistencia hasta que Simón respondió.

―¡Maldita sea! ¿Eres tan estúpida que te has dejado las llaves en casa? Debería dejarte fuera... ―gritaba Simón y, tras abrir la puerta, se sorprendió al ver a Richard―. Ah, eres tú.

―Hola, Simón. ¿No ha venido tu hermana por aquí?

―Obvio que no, ¿no crees? Mi hermana no está. Vete a buscar otro coño al que follarte por ahí ―replicó el grosero Simón.

―No me cierres la puerta. ―Richard la bloqueó con una mano.

―Tiene un buen revolcón, ¡eh! Entonces espérala si quieres. Me sobra una cerveza, puedes cogerla ―indicó Simón y dejó la puerta abierta.

―En realidad, he venido a verte a ti ―aclaró Richard.

―¿A mí? No soy marica, colega. Te puedes ir olvidando.

―Te gustaban los coches y el boxeo, ¿verdad? Cámbiate, te llevaré a un sitio.

―No me apetece ―dijo Simón, acentuando su actitud de vago.

―Si te niegas, te daré una paliza. Nadie sabrá que fui yo y nadie te creerá. Tengo testigos que afirmarán que estaba de paseo ―lo intimidó Richard.

―¡Joder, vale! No hay que ponerse así. ―Simón se cambió la apestosa camiseta por otra menos sucia y acompañó al agente.

Realizaron la primera parada en un circuito de karts. Simón, a pesar de reprimirse, exhibió una leve sonrisa al contemplar aquellos pequeños coches que tanto le fascinaban. Sin embargo, su rostro cambió por completo cuando Richard le puso un casco entre las manos.

―¿Listo para correr? Apuesto a que no me ganas ―lo retó el agente.

―Lo dudo ―expresó Simón con más ánimo y se puso el casco.

La carrera tuvo lugar en una pista reservada para los dos. Al principio, la competición estuvo reñida, pues se mantenían casi a la par. Después de la mitad de las vueltas, Simón tomó la delantera y se volvió inalcanzable. Ganó con ventaja.

―¡Toma! ¡Menuda paliza! ―celebró Simón―. Tienes los reflejos de un abuelo.

―Se notó tu mejoría cuando te acostumbraste al circuito. Muy bien, chico. ¿Listo para la siguiente actividad? Tenemos tarde por delante.

―Listo. ¿Qué será esta vez? ―preguntó Simón con interés, pero Richard alimentó su intriga.

El agente lo llevó a un gimnasio donde se entrenaba boxeo. Un cuadrilátero libre aguardaba por ellos. Richard conocía al dueño y ya había hablado con él para que le hiciera el favor. Ambos se prepararon con el equipo que les facilitó el encargado.

―Suelo venir aquí a desestresarme, a aclarar mi mente, a desahogarme, y a entrenar de vez en cuando. Enséñame qué tan fuerte eres ―lo desafió Richard cuando ocuparon el cuadrilátero.

―Pensaba que veríamos una pelea o que le pegaríamos a un saco ―comentó Simón, dudando de haberse puesto los guantes.

―Venga, no te retraigas. Aquí no tienes que reprimirte. Dalo todo. ¡Pega! ―le exigió Richard.

―No me apetece mucho. ―Simón dio un ligero puñetazo.

―¿Eso es todo? Pensaba que eras un macho. ¿Qué hay de aquello sobre que no eres un marica? ―lo provocó Richard.

―No vayas por ahí ―expresó Simón y, presa de la irritación, pegó con un poco más de fuerza, pero Richard lo ridiculizó al sacudirle la cabeza.

Evan 1. Renacer © [En proceso de edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora