XXII| El poder y su castigo

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—Orión y yo hemos estado dándole muchas vueltas a todo lo que ha pasado últimamente y creemos que deberíamos hacer algo por Fayna.

A Meissa no le pasó desapercibido el temblor en su voz, pero ante de que fuese capaz de añadir nada Magec y su marido aparecieron por la puerta de la entrada.

Últimamente siempre se fijaba en los ojos de Magec y como estos seguían teñidos de una tristeza igual de profunda que las fosas del acantilado de Tizziri.

Nunca lo había visto tan decaído, ni siquiera cuando lo desterraron del Tigotán, arrebatándole su puesto de Faycán.

Se levantó del sofá a la misma vez que lo hicieron Nashira y Orión. Ambos hombres intercambiaron una mirada y su marido dejó entrever una pequeña sonrisa socarrona, desconcentrándolos a los tres ante la actitud de ellos. Meissa agudizó la vista y se fijó en el par de botellines de cerveza que tenía en la mano. Magec parecía avergonzado por ello mientras que su marido simplemente intentaba disimular lo mejor que podía delante de ella.

—No queremos molestaros. Estaremos en la cocina —habló el gran Abor, avanzando en dirección hacia ella.

Ninguno de los tres apartó la vista de los hombres hasta que cruzaron el umbral, dejando que el silencio reinase de nuevo sobre ellos.

Meissa se dejó caer de nuevo en el sofá. Nashira y Orión por otro lado, parecían incluso más tensos que antes.

Comenzó a desesperarse con los dos ante sus posturas porque seguía sin entender qué estaba maquinando sus pequeñas cabezas.

Volvieron a hacer lo mismo que antes, no hablaban, solo intercambiaban mirada furtivas entre ellos, como si ella no fuese capaz de darse cuenta. Como si ni siquiera estuviera delante.

Se fijó en que su hija volvía a morderse las uñas con nerviosismo. Abrió la boca para regañarla, pero la cerró de golpe cuando uno de los dos por fin decidió hablar.

—Pensamos que debería suceder lo mismo que pasó la otra vez —soltó Nashira de manera precipitada, con la voz un poco más aguda de lo normal. Meissa centró toda la atención sobre su hija sin llegar a comprender del todo a qué se refería. Ella parecía encogerse ante el intenso escrutinio—. C-Creemos que lo mejor sería borrarle la memoria a Fayna.

Antes de que pudiera añadir nada más, alguien tosió a sus espaldas.

Observó como el joven tigot, con su mirada igual de verde que los montes de Gran Sarín —o por lo menos al igual que solían ser— se fijaban en ella. Estaba incluso más tenso que su hija.

Carraspeó una última vez antes de atreverse a pronunciar una sola palabra.

—Fayna sigue estando bajo las influencias de Leo. —Hizo una pausa y suspiró, en espera a que ella reaccionase, pero no supo qué decir. Asintió con la cabeza, alentándole a seguir—. Ahora es mucho más fácil para él manipularla. La culpa de que su madre esté en Echeyde es demasiado para ella.

—¿Y vuestra mejor solución es borrarle la memoria? —cuestionó, arqueando la ceja izquierda de manera inquisitiva.

Sintió una especie de deja vu manteniendo esta conversación.

—Mamá —habló Nashira, captando su atención de nuevo—. Lo hemos deliberado bastante. Todo esto —hizo aspavientos con las manos mientras continuaba con su discurso—, es demasiado para ella. Se le está yendo de las manos.

Meissa no supo qué decir en un principio.

Aunque lo peor, en realidad, fue sentir como le hormigueaban las puntas de los dedos por la necesidad de volver a utilizar su poder y como dicho hormigueo se convertía en un cosquilleo que ascendía a través de su cuerpo, pero no le gustaba el motivo por el que lo iba a utilizar.

Yin. El bien dentro del malWhere stories live. Discover now