Y todo porque buscan beneficiarse a ellos mismos. No es que busquen dañarte a ti. Es que quieren salirse con la suya y no les importa atropellarte en el trayecto si con ello lo consiguen. La sociedad está llena de hipocresía, personas confiadas y almas vacías.

Suelto el aire que tengo retenido en los pulmones y me obligo a no ir con esta cara a casa. Teníamos una norma de no llevar problemas del trabajo a casa, pero en ningún momento hablamos de problemas familiares. Lo que pasa en el trabajo, se queda en el trabajo.

Excepto el chisme, ese siempre es bien recibido en nuestra casa.

Las malas vibras que se detengan en la alfombra, por favor.

Abro la puerta con cuidado, el suave y dulce aroma de las velas aromáticas que Leilany encendía cada vez que se ponía a trabajar inunda mis fosas nasales. Ese olor me recuerda a ella y una sonrisa se me dibuja en los labios de inmediato.

Camino sin prisas hasta la habitación y me detengo en la puerta abierta de esta, admirando a la mujer que estaba sentada en la cama con su portátil sobre sus piernas mientras escribía en el teclado con agilidad.

Nota mi presencia al instante y levanta la mirada para regalarme una de sus preciosas sonrisas, de esas que me iluminan el día sin importar lo mal que lo haya pasado. Sin duda, ella era todo lo que necesitaba.

Bajé la mirada a su vestimenta. Una simple camisa de color azul marino con extravagantes dibujos de elefantes. Piernas y hombros desnudos. Pronunciado escote al no tener los primeros botones. No dejaba nada a la imaginación.

Pero tenía elefantes dibujados.

Ella también se miró.

Apreté los labios tratando de contener la risa, ella por mi contra no lo dudó ni un segundo en soltar una carcajada.

—Lei, esa camisa es horrible.

Lo siento, amor, tenía que expresar mis pensamientos.

—Ya lo sé, pero es tuya —respondió con burla.

Mierda.

—Rectifico, es la camisa más bonita que tendrás en tu cuerpo —me mofé.

—No te veía a ti con esta camisa, me causó gracia cuando la vi en el armario. Llevamos tiempo juntos y nunca te la vi puesta —alzó sus cejas, cerrando el portátil para dejarlo a un lado—. Me apropié de ella, lo siento.

—No te disculpes, todo lo que hay en esta casa te pertenece tanto como a mi —le hice saber mientras acortaba la distancia, ella también se inclinó para recibirme con un corto beso en los labios, mientras sus brazos tiraban de mi cuerpo para dejarme sobre la cama.

Quería ser recibido así toda la vida.

—Pensé que te enfadarías y que me la quitarías —sus labios se curvan de manera indecente.

—Si, desde luego que voy a quitártela, no tengas duda —aseguré, posando mi mano en su muslo para ir ascendiendo de a poco—. Para la próxima vez ya deberías de esperarme desnuda, ¿no crees?

—¿Y perderme la parte donde me desnudas? No, gracias —hizo un puchero con sus labios que me pareció jodidamente adorable.

Mis labios volvieron a atacar los suyos, su aliento chocando con el mío era de esas cosas que no quería perderme más, su lengua resbalando por mi boca buscando un lugar acogedor en esta, su cabeza ladeándose y su cuerpo buscando el calor del mío. Dios, ¿qué hice yo tan bien para merecerme a esta mujer?

Me despego de su boca, recibiendo una queja de su parte, que pronto se convierte en un jadeo cuando trazo una línea en su cuello con la lengua. Después me dedico a besar la zona, succionando con cuidado mientras mis dedos se encargan de los últimos botones. Sonrío sobre su piel cuando confirmo que no llevaba nada debajo de esa mísera camisa, la que deslizo por su cuerpo para que no sea un impedimento.

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