PARTE III. ETERI

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Las diosas nunca pensaron que otorgarle el don de la longevidad a la estirpe de la primera humana creada a partir de ellas, fuera a traerles ningún problema

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Las diosas nunca pensaron que otorgarle el don de la longevidad a la estirpe de la primera humana creada a partir de ellas, fuera a traerles ningún problema. Aunque las divinidades no estaban acostumbradas a los errores, pues como bien es sabido, errar es cosa de simples mortales. Esta vez se equivocaron.

A pesar de los valores transmitidos por las diosas, de generación en generación a la casa de Blodewaud, hubo uno de ellos que sucumbió al poder de la oscuridad. Nada era suficiente para él. Siempre quería más. Era imposible saciar sus ansias de poder, riqueza y, lo que más molestaba a las diosas, de veneración. Aquel rey, se creía en verdad un dios. Había nacido con ciertas habilidades que lo hacían destacar. Las cultivó, llegando a ser un hombre muy poderoso capaz de controlar la energía que se cernía a su alrededor.

Tanto poder llamó la atención de la oscuridad, que no tardó en golpear su puerta, agasajándolo con palabras de anhelo y aliento. Él merecía más. Merecía el universo entero si quería. Debía ser un dios y convivir con el resto de las divinidades, más allá de la tierra habitada por los hombres.

Así que con estas ideas rondándole la cabeza, y con ayuda de tenebrosas criaturas a las que él mismo dotó de vida con un soplo de aire, comenzó el reinado del terror en Carena. Cuando los lamentos de los seres que allí habitaban llegaron hasta la morada de las diosas, no dudaron en actuar. El rey había ido demasiado lejos. Descargaron su rabia infinita sobre él en forma de tormentas e incendios que asediaban el palacio que ellas mismas habían construido para la humana primigenia. Pero nada bastó contra él.

El viento, que todo lo sabe porque entre sus moléculas navegan todo tipo de secretos, se enteró cómo había creado el rey a las oscuras criaturas que acechaban su mundo. Y por su voluntad se disolvieron, con un soplo de aire en la dirección contraria.

Aunque eso solo fue un pequeño contratiempo para el rey, pronto las diosas dejaron de desatar su ira elemental contra él y se personaron en Eileen donde comenzó una batalla cuerpo a cuerpo. Todo había ido muy lejos, pero el poder de aquel rey no era tan fuerte al medirse con las diosas que habían creado su mundo. Sin embargo, no por ello fue menos cruento el combate.

Aquel fue el día más sangriento de la historia de Carena. Las calles de la ciudad desde la que se dirigía aquel mundo se tornaron de escarlata. Pero la fuerza de las cinco diosas combinada venció al mal y a la oscuridad que acechaban. El rey desapareció, condenado a vagar para el resto de su larga y miserable vida, por un mundo tan corrupto como su alma; la Tierra.

Eteri volvió a actuar. Con un suspiro borró de la mente de todos los habitantes de su mundo ese lóbrego recuerdo de guerra, dolor y sangre. Pero como en toda esa contienda, las diosas no estuvieron solas. Fueron ayudadas por las criaturas a las que habían dotado con el don del tiempo. Y, sobre todo, por Jelka.

Así fue que se creyó que el rey Yemons de Blodewaud había muerto. Solo estaba entre las sombras, alimentándose de la luz de otros para volver con más fuerza, cuando estuviera seguro de que su destino era vencer y obtener su venganza.


Sombras del tiempoWhere stories live. Discover now