Capítulo 1

238 105 86
                                    

Consideraba que su vida, colmada de lujos y caprichos era un completo aburrimiento. Se sorprendía a sí misma pensando frecuentemente en escapar de aquella torre en la que se creía encerrada para no volver jamás. Para muchos era aún una niña desagradecida y malcriada en la corte donde se le había dado todo desde el momento en el que llegó al mundo. Sin embargo, ella no lo veía así. No sentía que fuera una privilegiada, se creía prisionera de su propia casa, todo cuanto deseaba era escapar, dejarlo todo a atrás y ver el mundo. Quería ser libre.

Aquellos pensamientos ocupaban la mente de la princesa, heredera al trono de Carena, mientras intentaba escudriñar los rayos de sol del atardecer a través de una pequeña ventana de sus aposentos. Cuando observó cómo el sol se escondía tras la última montaña giró la cabeza hacia su habitación en penumbra.

Llevaba toda la tarde allí encerrada entre aquellas suntuosas paredes revestidas con infinidad de ornamentos dorados. En el centro de la estancia, un majestuoso lecho repleto de esponjosos cojines y las más exquisitas sábanas confeccionadas con las telas más suaves que existían a lo largo de los mundos existidos. Sobre esta cama construida para velar el sueño de quienes estaban destinados a ser reyes, se cernía una pequeña cúpula a través de la cual, las diosas representadas custodiaban cada noche, el descanso de la heredera al trono. Pero nada era suficiente cuando los monstruos la atormentaban.

Más allá, la pared se diluía dejando paso a un gran ventanal que era su única puerta al mundo. Haciéndole ser consciente de lo enjaulada que se encontraba. Ni siquiera le permitían pasear por la ciudad. Aunque en Carena nunca había existido ni una sola guerra, y los de su linaje llevaban desde tiempos inmemoriales en el trono, era evidente que se estaba configurando un ambiente tenso que amenazaba con resquebrajar la paz infinita que conocían. Por esta razón, Siena de Blodewaud pasaba las horas recluida. Al principio había intentado leer, pintar o hacer cualquier cosa que la mantuviera entretenida. Pero al final todo la desesperó y lo único que hacía era observar el paisaje exterior, adonde quería escapar. Era lo único que deseaba.

En lugar de mirar los jardines que rodeaban el palacio a través del gran ventanal, se sentaba en un rincón y veía su mundo desde una pequeña ventana desde la que no podían verla a ella. Así se sentía menos el animal enjaulado que pretendían que fuera. Se imaginaba qué se encontraría a la vuelta de la esquina, qué aventuras podrían presentársele y a quiénes conocería en el camino. Pero todo eran vagas ilusiones, sueños que dudaba que pudiera cumplir algún día.

Siena se levantó con el cuerpo entumecido por la postura y se dispuso a darse una vuelta por el palacio, con la esperanza de encontrar algo que llamara su atención, pero ya ni siquiera las intrigas de la corte la entretenían.

Sus pasos sin rumbo la llevaron frente a la habitación donde trabajaba su padre, el rey Nacan de Blodewaud. Junto a la puerta dos guardias flanqueaban la entrada. Sabía que estaría ocupado y no querría hablar con ella hasta la cena. En realidad nunca quería escucharla, así que pasó de largo. La relación que tenía con su padre era complicada. No la hacía partícipe de nada, y eso no hacía más que irritarla. Solo quería encontrar su lugar, puesto que sabía que no estaba entre cuatro paredes, por muy lujosas que estas fuesen.

Cuando hubo recorrido la mitad del pasillo la voz grave del rey hizo que se detuviera en seco.

—Lo que me estáis pidiendo es algo impensable ¡Ha sido así desde el principio! ¡No puede cambiar! —Gritó Nacan golpeando la mesa de madera de roble maciza que presidía su despacho.

Siena se sobresaltó, miró hacia atrás por encima del hombro, para observar cómo los guardias con gesto impasible seguían protegiendo la entrada. Tratando de no hacer ruido se acercó a la pared y se ocultó como pudo tras un busto de un antepasado suyo al que jamás había conocido. Pegó la oreja a la pared y contuvo la respiración, concentrándose en escuchar las voces que venían de la habitación contigua. No le fue difícil porque el más absoluto de los silencios reinaba en aquel palacio medio vacío lleno de estatuas, cuadros y lámparas de oro.

Sombras del tiempoWhere stories live. Discover now