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Parar, suplicaba con máximo desespero que se detuviera esa infección de su corazón que no tenía base para estar allí, nunca había accedido, nunca le dio la oportunidad para que se pegara a su cuerpo como cuál virus potente imposible de deshacer. Era fuerte dicho sentimiento indeseado, tanto, que una vez arrodillada sobre el suelo, tomó su pecho y lo estrujó dándole poca importancia a que su mano de lleno atravesara su piel, por fortuna, eso no sucedió.

Para vaya qué dolía, pese a no haber ningún daño físico, dolía como si le estuvieran clavando mil cuchillos en su pecho dañado de la culpa, de una gran culpa que sí misma sabía que no tenía ninguna razón para estar allí.

No tenía su permiso y lo que sufría no lo reconocía ni lo haría.

Sin embargo, mientras más punzadas le daba, mientras se aferraba ese sentimiento, más sufría. Nunca había sentido tanto dolor en esa zona, ni siquiera en la muerte de su propia madre.

La lluvia empezó a caer del cielo gris y opaco sobre su cuerpo como medida de sanación, o de alguna manera, para relajarle el cuerpo pese a los truenos y fuertes vientos que arrasaban con el silencio. No había nadie a su alrededor, después de ese pecado desagradable que cometió, exigió a todos que se fueran de la zona para así estar sola, bueno, relativamente sola. Aún la sangre no se borraba de sus manos y el charco que había en el suelo ya estaba por borrarse efectivamente, en momentos como ese hubiese agradecido no poder ver esa tonalidad, ahora... ahora vislumbraba cada detalle a la perfección.

Había devorado a un vampiro, procesó. Había comido un ser fuera del común, se rectificó. Había matado delante de sus propios hijos, manada y familia, recriminó.

¿Y la culpa? La culpa no la sentía su razón, pero sí su propio cuerpo. Tanta fue la potencia del dolor que sus propias lágrimas salieron a relucir sin permiso alguno como su corazón destrozándose, con rabia intentó limpiarlas, pero estas no cesaban de ninguna forma y eso empezó a estresarla, llevándola a gritar desesperadamente entre la lluvia que, como si estuviesen sincronizadas, aumentó la llovizna y su cuerpo sintió cada peso de las gotas desesperadas al igual que ella.

—Por más que intentes quitártelas, ellas estarán ahí, ellas son las muestras de tu real sentimiento —le dijeron con un tono de reproche que percibió de inmediato.

—No es mi culpa, se lo merecía, ¡se lo merecía! —exclamó arrugando la piel de su pecho desnudo, logrando así perforar la superficie —No es mi culpa, Arlette —reiteró sintiendo las pequeñas gotas de sangre que se mezclaron con las de su mano, con las del vampiro asesinado.

—Sabes que sí la tienes, sabes que está ahí, ¡no intentes evadirla porque va a crecer más y te vas a hundir en un abismo sin salida, Enit! ¿Eso es lo que querías, eso es realmente lo que querías? —exigió saber mojándose también con la fuerte lluvia que aumentaba más su fuerza a medida que subían las emociones.

Enit, a pesar de no querer enfrentarlo ni levantarse del suelo, lo hizo aún con su cuerpo al descubierto, con la suerte de medio cubrirse con su largo cabello rojo, fijó su postura recta y determinada a su palabra irrefutable.

—¿Con qué moral vienes a decirme qué hacer, Arlette? ¿Con qué? ¿Quién era el que hace años no podía ni con la culpa de vivir? ¿¡Quién!? Exactamente. Ni tú ni nadie tiene que decirme cómo sentirme. Ese maldito merecía su destino una y otra vez, tal vez no de la manera en la que terminó, aun así lo haría seguidamente si así satisfaría mi odio por los errores —no lo miraba, él se dio de cuenta de ello y no lo iba a pasar desapercibido.

—Enit, mírame a la cara y di eso mismo que has dicho.

No lo hizo, no lo miró.

Lo más bajo era que no entendía por qué si afirmaba no tener ningún arrepentimiento.

Vínculos finales. Libro#03. Final.Where stories live. Discover now