No lo supe ver porque durante meses para mí solo había sido la noche en la que él había calentado mis manos y acariciado mis labios. Ese enamoramiento me nublaba el juicio. Me costó deducir que la intención de Héctor aquel botellón no era tanto pedirme perdón por haber sido cruel conmigo, como asegurarse de que quedáramos bien, de que yo no me culpara si algo le pasaba. Su intención era cerrar heridas, despedirse.

Esa noche me convertí en un monstruo porque era seguro que Héctor iba a morir y esa certeza solo podía darse si él dejaba que ocurriera. O si él hacía que ocurriera.

Volví a ser humana cuando le mandé un mensaje diciendo "lo siento". Él lo leyó y eso debió hacer que se echara atrás. Quizá se lo pensó mejor. Quizá no podía dejar que yo cargara con esa culpa.

—¿Cómo sabes lo que...?

—Porque me convertí en un monstruo —le respondí—. Me ardía la piel. Sentí cómo mis huesos se rompían, como mi cuerpo mutaba. Mis piernas se convirtieron en serpientes enormes. Si mueres, si fallo en protegerte, me condenarás. Seré un monstruo para siempre. Mi tía lo cree y Apolo también.

Se llevó la mano a la frente, asustado. Yo tragué saliva, sintiéndome mal por haberle mentido. Apolo nunca había dicho eso y mi tía no estaba segura. Mi brújula moral me chillaba que estaba fatal mentir a alguien en su situación, que no debía manipularle, pero yo necesitaba que me diera la oportunidad de ayudarle. No podía dejar que se rindiera.

—¿Estás segura de eso?

—Sí.

Héctor pareció recobrar la fuerza y se paseó por la calle nervioso. Frotándose la cara con las manos. Aproveché ese momento de debilidad para imponerme.

—Así que cada noche me vas a decir dónde estás, me voy a pegar a tu culo y te voy a proteger. Y si tengo que cargarme a ese águila.

—¡No vas a acercarte al águila! —Me arrinconó contra una pared pero yo fingí que ni le veía.

—Y si tengo que cargarme a ese águila...

—No has visto cómo es ahora, Alex —su voz sonaba ronca, aún no estaba del todo bien—. Te destrozaría.

—La acabo de ver, puedo vencerla.

—Entonces no la has visto bien.

Me crucé de brazos y apoyé la espalda contra la pared. Era pasada medianoche, a principios de febrero y el termómetro probablemente marcaba bajo cero, pero la ira ardía en mi interior. Apreté los labios mirando al final de la calle, tratando de calmarme. Buscando un motivo para no ponerme a gritar. No lo encontré.

—¡Me has tratado como la mierda durante semanas! No has sido capaz de ser sincero conmigo, de confiar en mí. Pudiendo hablar conmigo me has atacado. Lo que me has dicho antes es de ser un bastardo... solo te ha faltado patearme en el estómago. Sabiendo que me estaba volviendo loca buscando respuestas. Es que te la suda. Te la suda que esté maldita, te la suda cada noche me vuelva loca de ansiedad...

—¡Lo prefiero a que te atraviesen otra vez el pecho! —me interrumpió molesto. Ya estaba totalmente recuperado.

—Eso fue una vez. ¡Una vez! Por una puta vez tengo que aguantar que me sabotees, que me pongas las cosas más difíciles porque crees que soy torpe, porque da igual lo que intente, lo que me mate a entrenar. Crees que soy una inútil. —Mientras lo decía le golpeaba el pecho con el dedo índice.

—Eres buena, Alex, eres increíble... pero ese monstruo. El monstruo de ahí arriba es cuatro veces más grande que tú, más rápido, y ahora encima está acorazado y más cabreado que nunca.

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⏰ Última actualización: Oct 04, 2023 ⏰

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