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Capítulo 3: Amnesia
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Mi fisonomía comenzó a enderezarse al son de su voz. Mientras elevaba la mirada, me estremecía.
La presión en mis venas era tan fuerte que parecía que iban a explotar.

El núcleo de mi cuerpo había dejado de latir hace tiempo, quizás hasta se había apagado.

Nunca creí en la magia ni en sus semejantes, sin embargo, lo que estaba sintiendo en este momento, era único.

Me entorpecí sintiendo que me desmayaba cuando encontré sus ojos mirándome de par en par.
Mantenían esa tonalidad oscura e intensa del marrón, y el reflejo de la luz los hacían más especiales.

Mis huesos temblaban al son de sus latidos, bailaban con mi sangre que se heló al instante y reían con mi corazón que se iluminaba lentamente.

Inconscientemente mis labios siguieron el instinto de moverse hacia arriba formando la sonrisa más sincera y hermosa de todas.

El tiempo pasaba pero se me hacía eterno. Había soñado con ver sus ojos otra vez y ahora los tenía de frente, mirándome con total inocencia.

Moví mi boca intentando formular cualquier palabra que pudiese salir de mis labios, pero solo podía soltar suspiros.

—¿Dónde estoy? —Volvió a preguntar, observándome con desasosiego. Sus belfos estaban resecos y con cáscaras por la obvia falta de hidratación.
Sus cejas se movían de una forma extraña tratando de reflejar alguna expresión que demuestre con más énfasis su caos interno.

Su voz. Temí tanto olvidarla y la retuve por tanto tiempo en mi mente, que el deseo me hizo escucharla como la mejor sinfonía que había oído nunca.

Su voz era la poesía que necesitaba para reparar todo, era la mejor armonía que podría brindar el sonido.

—Mike. —Pronuncié con calma, disfrutando cada letra de su nombre, tomando demasiado aire para poder hacerlo, sintiendo como perdía el oxígeno rápidamente.
Jadeé entre mi sonrisa por la agitación que la emoción me había provocado.

Ansié responder su pregunta, pero mi estado de sorpresa simplemente no me permitía hacerlo. Él se precipitó ante mí.

—¿Quién eres? ¿Qué hago aquí? —Preguntó con recelo, mirando a cualquier lugar de la habitación, buscando una salida, o tal vez una respuesta.
Fruncí el ceño confundido, mi cabeza no paraba de pensar en sus últimas palabras, tratando de procesar la pregunta, ¿no sabe quién soy? ¿No me reconoce?

Ni siquiera me dió tiempo a responder o contraatacar con otra pregunta, cuando el monitor cardíaco indicó un problema en sus latidos, comenzando a pitar con rapidez y fuerza.

Algo iba mal.

Su frecuencia cardiaca no era sana, las líneas azules en la pantalla, que se movían de arriba hacia abajo, habían comenzado a detenerse, siguiendo casi una línea recta.

De una forma súbita y repentina, Mike ya no se movía.
Preocupado, busqué sus ojos nuevamente, pero cuando los encontré miraban un punto fijo, totalmente estáticos, vacíos, muertos.
Estaba perdido, otra vez.

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