XVII | De vuelta a casa

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Aun así Fayna no se permitió confiar en él, había dejado de estar segura de nada de lo que la rodeaba.

Clavó la mirada en él, observándolo con curiosidad en busca de alguna respuesta que le pudiera dar sus facciones, o el brillo en su mirada, o la actitud de su cuerpo, intentando comprender, de alguna forma, las intenciones del ctónic.

Al cabo de unos segundos, la apartó de él y sacudió la cabeza, como si haciendo eso pudiera quitarse esas ideas de la cabeza. Elevó la vista al cielo y suspiró.

No podía fiarse de nadie.

Leo la había obligado a aceptar aquel trato con Ker, y ahora debía asumir las consecuencias que aquello conllevaba, a pesar de que él supiera lo que suponía aceptarlo, y la dejó hacerlo igualmente. Su actitud y la forma que tenía de pensar sobre él habían cambiado por completo. No importaba cuantas palabras bonitas y de alientos le dedicara en esos momentos porque nada cambiaría lo que la había obligado hacer antes.

—Entonces, ¿pertenezco a los malos? —preguntó Fayna con un hilo de voz inseguro.

Todavía se escuchaba más grave y ronca de lo normal. Apartó la mirada del cielo y se la devolvió a él, que la observaba con un brillo curioso en sus ojos.

—No hay tal cosa como «buenos y malos». Ni siquiera entre ctónics y tigots. Depende del protagonista de la historia, supongo.

Un atisbo de sonrisa dibujó en el rostro antes de que le guiñara el ojo y sonriera con amplitud. Fayna sintió como le azotaba un escalofrío de pies a cabeza ante la perspectiva.

No terminaba de tragarse aquella filosofía, había algo que fallaba, una pieza faltante en todo ese lioso puzle en el que se había convertido su vida.

Sin embargo, no volvió a hacer ninguna pregunta y continuaron andando hasta que llegaron al inicio de su calle.

Miró a todos lados, fijándose en cada detalle, en cada casa, en cada calle, en cada árbol con hojas caídas a su alrededor y, por último, en el gran roble que se encontraba en el centro de todo la avenida.

Aunque lo que le descuadró fue el aspecto de su casa.

Ya no estaba conformada por paneles de madera blancos, sino que ahora se trataban de ladrillos, su pequeña ventana había aumentado de tamaño y el techo que antes era de pizarra había desaparecido para dejar en su lugar algo plano y sencillo.

Los nervios que había intentado acallar durante todo el trayecto, renacieron dentro de ella con fuerza renovada, afianzándose cada vez más, cuanto más acortaba la distancia con su casa.

Subió con cuidado las escaleras del pequeño porche de la entrada, oyendo que crujía la madera bajo su peso con la familiaridad que había echado de menos más de lo que pensaba.

Estaba en casa.

Estaba a salvo.

Aunque toda esa paz que estaba saboreando al estar frente a la puerta azulada se esfumó al escuchar como los escalones volvían a crujir por el peso de una segunda persona.

Fayna se giró sobre sí misma, encontrándose con la mala noticia de que Leo, muy a su pesar, todavía no se había marchado.

—¿Qué haces? —le preguntó con enojo.

El ctónic no pareció inmutarse ante su tono y continúo subiendo las escaleras hasta que acabó a la misma altura que ella.

—Quiero conocer a tu familia, elegida —contestó con burla, adquiriendo ese tono ácido que había empleado con ella en Echeyde.

Yin. El bien dentro del malWhere stories live. Discover now