Prólogo

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Alana caminaba cabizbaja por la acera. Sabía que no era la hora adecuada para que una joven de 20 años andara sola por la ciudad; menos por aquella calle que conocían como 'el cementerio'.

–¿Qué más da? –pensó. –¡Si me quieren matar que lo hagan! Ya hace mucho que lo estoy por dentro de igual forma. –Pero no.
Alana no deseaba morir por mucho que se lo dijera a sí misma, ella deseaba vivir. Obviamente, no de aquella forma.

A unos pasos de ella, un gato negro maulló en la oscuridad. Alana se detuvo y observó sus verdes ojos. Lentamente se acercó al felino pero al advertir sus intenciones este escapó furtivo.

—Pobre gato. Sólo Dios sabe que de cosas le habrán hecho todos esos seres supersticiosos. —No tenía, sin embargo, rencor hacia aquellas personas. Sólo hacia sí misma. Se maldecía una y otra vez por haber sido tan tonta. –¿Cómo yo, de todas las personas del mundo, pude matar a alguien? ¿Cómo podría ser una asesina? ¡¿Cómo?!... Tal vez la culpa resida en el gato que vi aquel Viernes, declaró para sí. Es cierto que no era negro pero su pelaje blanco manchado de sangre debió advertirme del peligro que acechaba.

Y es que en las sombras no podía buscar luz, sólo oscuridad pero... ¿qué hacer cuándo la oscuridad mora en tu interior?

SacrificioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora