Seamos positivos por un rato

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Sentía la vida alejarse de mí, con pasos lentos que nadie percibía, pero yo sentía su falta cada mañana. La tristeza terminó por desgarrarme los pulmones cuando yo solo me encontraba sentada en mi cama siendo una víctima de la soledad y del nudo en mi garganta que creaba silencio, silencio otorgador y lágrimas invisibles que quemaban mi alma al deslizarse.

Ya no podía ni respirar, tenía grietas en el corazón y un acantilado al vacío en mi interior.
Estaba rota.
La realidad siempre venía a un paso de atraparme, y no importaba cuanto yo corriera, siempre me encontraba en el mismo lugar rodeada de oscuridad.
Para ese entonces yo solo era una sombra de mi pasado.

Y me quedaban mis manos y mi mente algo enferma también, pero ese era el punto. Me quedaba eso, y entonces me quedaba arte. Escupí mis sentimientos en el lienzo, sin pincel, sin rayas, sin nada, libre, plasmé mi odio también en palabras en mi vieja libreta azul.
Entonces descubrí que estar roto era dolorosamente artístico. Que la destrucción no siempre es mala. Destruír y que te destruyan es algo que suele pasar.
Es el camino a la creación, crear poemas cuando la vida se te viene encima y llorar óleos sobre un lienzo blanco, guardar los pedazos de tu alma entre hojas y flores secas. Dime ¿No es eso un efecto colateral del arte de estar roto?

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