Segunda

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Sara sintió el dolor de la contracción invadirle los sentidos y escuchó a la partera instarla a pujar. Respiró hondo y apretó los dientes, dejando escapar un grito roto al pujar con todas sus fuerzas. Los siguentes instantes pasaron como un sueño: el sollozo emocionado de Franco en su oido, el llanto de su hija al tomar su primera bocanada de aire y el calor viscoso de su cuerpito sobre su pecho.

— Hola mi amor, bienvenida - le dijo, con un hilo de voz. Sintió a Franco besarle la sien absolutamente conmovido y se dejó rodear por las sensaciones del momento.

Debió imaginar que el parto de Gabriela Reyes Elizondo, su seguna hija, primera mujer de su generación, sería tan intenso y trabajoso como había sido su embarazo.

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Sara se percató de que algo no andaba bien luego de que unas nauseas imposibles la habían obligado a correr al baño a vomitar todo el desayuno durante tres dias seguidos. El test casero fue un positivo rotundo, inmediato. Su marido la estrechó con fuerza entre sus brazos mientras le agradecía sin cesar, como un mantra. Hacía mas de un año que buscaban ese embarazo y hasta tenían concertada una cita con un especialista en fertilidad, pero ya no sería necesario, dadas las buenas nuevas.

Lo de "buenas" era una forma de decir: porque las nauseas fueron solo el principio.

Una mañana bajó a los potreros, convencida de que el malestar que sentía se le pasaría con un poco de aire fresco. Sin embargo, un vahido la hizo desplomarse justo antes de alcanzar los corrales. Cuando Franco vio venir a Gonzalo con su mujer en brazos, inconsciente, sintió que se le paraba el corazón.
Luego de revisarla, el médico les aseguró que el embarazo iba bien, pero que estaba anémica y debían inyectarle hierro. Franco se ocupó personalmente de que su mujer hiciera reposo y se mantuviera tranquila en casa. Para eso instruyó a todos los empleados acerca de qué debían hacer si veían a su patrona con intenciones de trabajar en la finca.

Cuando Sara alcanzó la semana 25, todos en la hacienda Meraki estaban visiblemente fastidiados.
Sara estaba harta de estar ociosa; extrañaba estar activa y trabajar, le hacían falta los caballos y el trajín del dia a dia. Además, estaba furiosa con su marido y le costaba mucho disimularlo. Se sentía impotente y privada de su autonomía: por un lado, se sentía una extraña en su propio cuerpo y por otro lado, que le prohibieran hacer cosas y la regañaran como a una nena chiquita la irritaba.

Franco se sentía profundamente agobiado: a su trabajo habitual se le había sumado la gestión de la hacienda y de la casa. Sus empleados eran eficientes y confiables, pero había infinitos asuntos que requerían de su aval y los dias se le hacía eternos. Para colmo, Sara se empeñaba en desafiarlo y ponerse en riesgo, a ella y al embarazo.

Pocas veces despues de su inicial enemistad, habían chocado tanto como en los últimos meses y Franco sentía que había perdido (al menos momentáneamente) a su mayor apoyo.

Todo esto repercutía en el ambiente de la casa y por ende, tambien en Andrés. Habitualmente era un niño curioso y alegre, de modales suaves y tranquilo. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, no había día en el que no hiciera berrinches. Habia vuelto a despertarse por las noches y hasta se habia hecho pis en la cama alguna que otra vez.

Luego de una de esas noches infernales, salieron los tres en auto a San Marcos.

— Entonces dejamos a Andres en el jardín de infantes y yo despues te dejo en la clínica, no?

— Si, el estudio toma algo mas de 2 horas. - dijo Sara mientras bostezaba.

— Cuando terminas, me llamas y te voy a buscar, si?

— Pensaba caminar un poco, dar un paseo por el pueblo e ir a buscarlo a Andrés a la salida del jardín.

— Sara, eso es mucho esfuerzo, sabes que no debes.

en sentido opuesto a las agujas del relojWhere stories live. Discover now