Contraataque

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Por un segundo se preguntó si despertarla devolviéndole el favor, pero se la veía tan relajada que decidió que lo mejor sería planear con calma el contraataque.

No tuvo que esperar mucho para que se le diera la oportunidad. Ese fin de semana, Oscar y Jimena organizaron una pijamada de sobrinos, por lo que Andrés y Gaby pasarian la noche del sabado y todo el domingo fuera de casa.
Ese mismo sábado, la competencia en la que participaría Sarita terminaba antes del mediodia y luego le daría el dia libre a la mayor parte de los peones para festejar el cierre de la temporada de concursos.

Durante lo que restaba de la semana, sus agendas sigueron rebosantes y el ritmo de la casa era un caos, pero Franco sentía que estaba al acecho. Seguía a su mujer con la mirada cada vez que la tenía a la vista, pendiente de sus caderas, de su pelo, de como la camisa que llevaba se abría con el viento y dejaba ver mucho mas escote del que pretendía. Verla comandar a la tropa de hombres que seguían sus ordenes sin chistar le parecía fascinante. Sobre todo, le fascinaba el contraste entre esa mujer y la que él solo conocía en la intimidad. Esa idea fue la que lo impulsó a planear su retribución.

Era la tarde del sábado y Sara estaba sola en la hacienda. Los vaqueros estaban de fiesta en el pueblo con los empleados de las otras haciendas, sabía por experiencia que el cierre de las competencias daba paso a un ánimo festivo y bullicioso del cual ella huía lo antes posible. La casa estaba en silencio, Franco había salido con los chicos a la casa de sus tíos y todo era quietud.

Ociosa por primera vez en muchos dias, Sara decidió bajar a los establos a verificar que todo estuviera en orden. Encontró una cincha rota en el piso, se la colgó del hombro y siguió su recorrido. Cuando comprobó que todo estuviera bien, se dirigió al cuartito donde dejaban las cosas para reparar. Encendió la luz y se puso en puntas de pie para colgar la cincha en uno de los clavos mas altos, cuando escuchó la puerta cerrarse. Se giró y vio a Franco apoyado contra la puerta, serio, de brazos cruzados.

- Asi que doña Sara Elizondo - chasqueó la lengua.

- Franco, que...?

- Me dijeron cosas muy malas de usted - Sara frunció el ceño - me dijeron que anduvo haciendo cosas... sucias con un señor.

- ¿Ah si? - sonrió, siguiendole el juego - ¿y qué mas le dijeron?

- Me dijeron que este señor era un simple albañil, un sucio peón - Sara rió - y que usted estaba de rodillas.

- Por favor, no le cuente a mi esposo - lo miró compungida, tratando de contener la risa.

- Usted sabe que se merece un castigo, verdad? - se despegó de la puerta y avanzó hacia ella, esbozando una sonrisa maliciosa.

- ¿Pero que clase de castigo? - titubeó.

- Un castigo ejemplar, a cambio de mi silencio - estaba demasiado cerca de ella, mirándola desde arriba con sus ojos celestes chispeando de anticipación.

- Está bien, lo acepto - bajó la mirada, sintiendo un hormigueo de excitación recorrerle el cuerpo.

Franco no perdió el tiempo. Tomó la cincha que Sara había llevado hasta allá y la ató alrededor de sus muñecas. El otro extremo lo ató a una de las argollas mas altas que había en un poste, lo que dejaba a Sara con los brazos en alto pero cómodamente de pie.

Le desabrochó uno a uno los botones de la camisa y agradeció que ese dia hubiera elegido un corpiño con cierre frontal. Le pellizcó los pezones y luego los acarició con suavidad, pero nada mas.

Con precisión la desvistió de la cintura para abajo, sin mediar palabra y sin tocarla de otra forma que no fuera puramente funcional. Luego caminó unos pasos y tomó algo de una estantería, pero ella no logró distinguir que era.

en sentido opuesto a las agujas del relojWhere stories live. Discover now