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El suave tacto en su pequeña cara lo reconfortó, aunque era confuso el recuerdo, era real.
Era mamá.
— Háganlo. —
Entendió débilmente.
Segundos después, ya no estaba más en los brazos de su mamá, si no que una luz blanca cegó su vista.
Despertó agitado, era la milésima vez que tenía ese sueño.
Ese recuerdo.
Bajo las escaleras con suavidad, esperando respuesta de su cuidador.
El doctor Brenner, el cual se preparaba para salir a su trabajo, como diariamente lo hacía.
El olor del café inundó sus fosas nasales, al igual que su vista se dirigió al periódico que leía.
— Al parecer por fin despertaste. — Hablo el mayor en cuanto sintió la presencia del pequeño.
Se sentó frente a él, aún sin decir nada, no estaba seguro de su petición pero definitivamente quería la verdad.
— ¿S-sabes algo de mis padres? — Preguntó con miedo.
El sonido de la taza cayéndose lo hizo dar un brinco.
— Te he dicho lo que necesitas saber. — Finalizó Brenner.
Iba a decir algo más pero Brenner se levantó de golpe, dirigiéndose a la puerta.
Por supuesto el niño no se lo permitió, en cuanto intento abrir la puerta, una fuerza sobrenatural se lo impidió.
— Jamie... Abre la puerta. — Ordenó Brenner.
El niño lo miró molesto.
— No lo haré si no me dices la verdad... — La irá se comenzaba a apoderar del niño, en su voz se le notaba bastante.
— Si eso es lo que deseas... — Volvió a tomar asiento Brenner, indicando que Jamie también lo hiciera.
El pequeño lo miro con cautela, intentando analizar cada acción de Brenner, aunque era todavía un ser completamente inocente, sabía defenderse.
Con temor tomó asiento alado del hombre que lo había cuidado tantos años de su vida, esperando esta vez la verdad de lo que había pasado con sus padres.
Y porque no estaban con el.
Noto que Brenner estaba algo nervioso, ya que movía sus manos constantemente y evitaba mirarlo a los ojos, pasó su lengua por sus labios, esperando que decir.
