Dos

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Everest Palace
El frío nunca fue tan tortuoso como en aquellos meses donde fue prisionero del peor de los terrores. Todavía lo recuerda como si hubiese sido ayer, estar esperando bajo el umbral húmedo por una sombra que nunca llegó, un muerto sin cuerpo ni cenizas. Dos soldados se arrimaron a su puerta y con miradas de acero le dieron la lúgubre noticia; Rose Palace estaba muerta.
No tenían ni una sola pertenencia suya, ni una sola prenda, ni siquiera su cetro. Ella, la maga más reconocida y valiente que la reina podría haber tenido en su poder, había muerto como un peón más del juego. Cerró la puerta y dejó a los soldados con la palabra en la boca, sin importarle en absoluto. Sus pasos resonaron en el amplio pasillo hasta la gran sala de estar que albergaba grandes bibliotecas y estanterías repletas de sabiduría; el trabajo de un hombre honrado, veintisiete años de experimentos y saber. Se apoyó con fiereza sobre la mesa del centro, intentando regular la respiración entrecortada que comenzaba a mezclarse con las furtivas lágrimas y lamentos que golpeaban su pecho. Deslizó sus dedos por las hebras negras de su cabello intentando deshacerse de él dolor, pero no podía. Una vez más, había partido; pero esta vez no volvería a casa.
Las mañanas se hacían más pesadas, más secas. El invierno había comenzado, invadiendo las praderas del reino oeste y ahora, por los divinos campos trigueños soplaba un viento invernal. Everest observaba desde su ventana las copas de los robles agitarse, sus turbados orbes heterogéneos no predecían un buen clima para esa jornada. Precisamente se encontraba descansado en su comedor, analizando las fronteras de su terreno con cuidado y atención. Con sus dedos acariciaba los bordes de la taza de té que sostenía en su mano derecha, un gesto de impaciencia tal vez. Su puerta se abrió casi al mismo tiempo que su cuerpo se daba vuelta para recibir a su regordeta criada, que portaba en una bandeja el desayuno a la gran habitación.- señorita Molly, que sorpresa-dijo con alegría bastante fingida- esperaba que trajese algún invitado- mencionó dejando la taza de té sobre la mesa mientras la pequeña mujer sostenía su delantal con sumo nerviosismo. La dama se hizo a un lado para dejarle paso a un caballero muy refinado y sin embargo ligeramente encorvado y con aires de ser alguien particularmente vulgar. Traía un traje oscuro y moderno, bastante caro y limpio. Sostenía su sombrero de copa bajo el brazo, y observaba con rudeza a su anfitrión que al contrario, parecía bastante divertido y curioso a pesar de tener una fría mirada. Supo casi de inmediato que aquel caballero traía desgracias, tal vez por la forma en la que el aire se espesó o por el ligero silbido de las ventanas que parecían más presionadas por el viento. La dama del hogar se retiró silenciosamente cerrando la puerta de caoba. Hubo un momento de tensión hasta que el hombre se aclaró la garganta- Señor Palace- inclinó ligeramente su cabeza- Me temo que traigo un mensaje inesperado a su morada- mencionó cuidadosamente. El de oscuro cabello se acercó a su huésped con un aire sepulcral, paseándose lentamente alrededor de la mesa de comedor mientras sus ojos heterogéneos no se despegaban de su arrugada piel- Preferiría que usted mismo leyera la carta y que terminemos con esto- dijo con la cara perlada y manteniendo su semblante agresivo. Extendió su mano y entregó la misteriosa carta al destinatario, para luego retirarse lo más rápido posible. Pensó que aquel caballero debía de ser bastante arisco y maleducado para vestir semejantes ropas delicadas, mientras volvía a su silla y con su cuchillo despedazaba el papel que envolvía el mensaje.
No parecía parturbado, su rostro no lo demostraba. Sus manos frías y huesudas eran las únicas que permitían que un leve temblor delatara su confusión, porque ni siquiera se inmutó en su lugar.
Everest Palace, un joven de cortas palabras y filosos pensamientos, una caja llena de sorpresas. Así lo describiría su padre, su héroe. Un hombre dedicado a lo que ama y a su familia más que a nada. Sea su madre, la dulce Libia Palace, la más orgullosa y feliz gracias a él, y su padre el más convencido de que sería mejor de lo que él fue. En sus tiempos, Everest ha sido el mago experto de la Academia Darren, un orgullo para la corona, el personaje que todos debían seguir. Mas ahora, su nombre olvidado y enterrado por sus pecados, no es reconocido por nada.
Entonces, si nadie recordaba siquiera su nombre, ¿cómo era posible que esa invitación estuviera en sus manos?   
Una carta que hablaba sobre la fiesta más grande jamás vista. Una carta enviada por su antítesis, la reina Victoria. Volvió a sentarse en su sillón y dejó que su gato se trepara a su regazo, dándole suaves caricias.- lo que nos faltaba, Ulises. Lo que nos faltaba- murmuró para el felino, que observaba el papel con curiosidad. Cuando el té se enfrió en la pesada tetera de porcelana, Everest guardó la carta en su bolsillo y se dispuso a bajar las escaleras, rumbo a su estudio.
Había decidido que no asistiría a un evento donde solo se pondría en ridículo, la gente solo buscaba molestarlo y ensuciar su nombre. Pues así, con su cabeza en alto y su postura inquebrantable, ingresó al cuarto repleto de libros y pociones, grandes estanterías que contenían la sabiduría de varias generaciones. Ajustó su túnica y se preparó para seguir realizando más experimentos como si no quisiera dejar su cabeza en paz, pero sabía que a pesar de las distracciones no lo conseguiría. Se recargó sobre el escritorio y se dio el tiempo necesario para respirar hondo y recargarse de energía, sus ojos se desviaron a uno de los anillos que llevaba, el anillo de su familia. Era de un color azul purpúreo, rodeado por un fino labrado de plata que relucía a la luz de su mesa. Pero su rostro palideció, y su cuerpo tembló al sentir una fuerte corriente de aire recorrer la sala, y hacer titubear las luces. Busco a su alrededor la causa, pero solo encontró más desastre; los muebles comenzaron a moverse, el suelo temblaba y parecía que algunas maderas se salían de lugar. A pasos apresurados salió del cuarto y corrió por los pasillos hasta que su peludo gato se subió a cuestas sobre él, quedando protegido por sus brazos. Mientras el gato maullaba, el hombre se dirigió a la cocina en busca de su casera, que se encontraba bajo una pequeña mesa intentando cubrirse de los pedazos de techo que caían. Levantó a la mujer y a duras penas lograron salir al patio trasero, llevándose por delante varios muebles y pedazos de pared. Al salir, el cielo parecía alborotado, y el viento tenía un halo grisáceo aterrador. Pronto el mago se dio cuenta de que todo el suelo temblaba bajo sus pies, y que el bosque era azotado por fuertes ventiscas. Su corazón hizo presión dentro de su pecho y el anillo que antes había observado comenzó a brillar con más fuerza. La regordeta mujer se aferró al brazo del mago mientras esté intentaba cubrirlos a ambos. El cielo se oscureció y rayos se acumularon en el horizonte, marcando el inicio de algo que él conocía muy bien. Algo que su padre había predecido, y que le había costado caro defender.- Molly, vamos por los caballos-
Condujo a la pobre mujer al pueblo más cercano y le dejó unas cuantas monedas de plata, prometiendo que volvería por ella. Cuando la señora intentó tomar el felino, Everest se mostró muy reacio y le dijo que el gato iría con él.- está seguro, señor?- preguntó con incertidumbre.- si. Lo estoy. Ahora vaya y busque refugio, lo más lejos del bosque que pueda.- el caballo relincho antes de emprender viaje rápidamente al castillo de la reina, con la gran tormenta pisándole los tobillos.

KATAGIDAWhere stories live. Discover now