XXII.- DEL DIARIO DE JONATHAN HARKER

5.5K 110 6
                                    

3 de octubre. Tengo que hacer algo, si no quiero volverme loco; por eso estoy escribiendo en este diario. Son ahora las seis de la mañana, y tenemos que reunirnos en el estudio dentro de media hora, para comer algo, puesto que el doctor Seward y el profesor van Helsing están de acuerdo en que si no comemos nada no estaremos en condiciones de hacer nuestro mejor trabajo. Dios sabe que hoy necesitaremos dar lo mejor de cada uno de nosotros. Tengo que continuar escribiendo, cueste lo que cueste, ya que no puedo detenerme a pensar. Todo, los pequeños detalles tanto como los grandes, debe quedar asentado; quizá los detalles insignificantes serán los que nos sirvan más, después. Las enseñanzas, buenas o malas, no podrán habernos hecho mayor daño a Mina y a mí que el que estamos sufriendo hoy. Sin embargo, debemos tener esperanza y confianza. La pobre Mina me acaba de decir hace un momento, con las lágrimas corriéndole por sus adoradas mejillas, que es en la adversidad y la desgracia cuando debemos demostrar nuestra fe... Que debemos seguir teniendo confianza, y que Dios nos ayudará hasta el fin. ¡El fin! ¡Oh, Dios mío! ¿Qué fin...? ¡A trabajar! ¡A trabajar!

Cuando el doctor van Helsing y el doctor Seward regresaron de su visita al pobre Renfield, discutimos gravemente lo que era preciso hacer. Primeramente, el doctor Seward nos dijo que cuando él y el doctor van Helsing habían descendido a la habitación del piso inferior, habían encontrado a Renfield tendido en el suelo. Tenía el rostro todo magullado y aplastado y los huesos de la nariz rotos.

El doctor Seward le preguntó al asistente que se encontraba de servicio en el pasillo si había oído algo. El asistente le dijo que se había sentado y estaba semidormido, cuando oyó fuertes voces en la habitación del paciente y a Renfield que gritaba con fuerza varias veces: "¡Dios! ¡Dios! ¡Dios!" Después de eso, oyó el ruido de una caída y, cuando entró en la habitación, lo encontró tendido en el suelo, con el rostro contra el suelo, tal y como el doctor lo había visto. Van Helsing le preguntó si había oído "voces" o "una sola voz" y el asistente dijo que no estaba seguro de ello; que al principio le había parecido que eran dos, pero que, puesto que solamente había una persona en la habitación, tuvo que ser una sola. Podía jurarlo, si fuera necesario, que la palabra pronunciada por el paciente había sido "¡Dios!". El doctor Seward nos dijo, cuando estuvimos solos, que no deseaba entrar en detalles sobre ese asunto; era preciso tener en cuenta la posibilidad de una encuesta, y no contribuiría en nada a demostrar la verdad, puesto que nadie sería capaz de creerla. En tales circunstancias, pensaba que, de acuerdo con las declaraciones del asistente, podría extender un certificado de defunción por accidente, debido a una caída de su cama. En caso de que el forense lo exigiera, habría una encuesta que conduciría exactamente al mismo resultado.

Cuando comenzamos a discutir lo relativo a cuál debería ser nuestro siguiente paso, lo primero de todo que decidimos era que Mina debía gozar de entera confianza y estar al corriente de todo; que nada, absolutamente nada, por horrible o doloroso que fuera, debería ocultársele. Ella misma estuvo de acuerdo en cuanto a la conveniencia de tal medida, y era una verdadera lástima verla tan valerosa y, al mismo tiempo, tan llena de dolor y de desesperación.

—No deben ocultarme nada —dijo—. Desafortunadamente ya me han ocultado demasiadas cosas. Además, no hay nada en el mundo que pueda causarme ya un dolor mayor que el que he tenido que soportar..., ¡que todavía estoy sufriendo! ¡Sea lo que sea lo que suceda, significará para mí un consuelo y una renovación de mis esperanzas!

Van Helsing la estaba mirando fijamente, mientras hablaba, y dijo, repentinamente, aunque con suavidad:

—Pero, querida señora Mina, ¿no tiene usted miedo, si no por usted, al menos por los demás, después de lo que ha pasado?

El rostro de Mina se endureció, pero sus ojos brillaron con la misma devoción de una mártir, cuando respondió:

—¡No! ¡Mi mente se ha acostumbrado ya a la idea!

DRÁCULA BRAM STOKER (COMPLETO)Where stories live. Discover now