XVII.- DEL DIARIO DEL DOCTOR SEWARD (continuación)

Comenzar desde el principio
                                    

En la puerta me detuve un momento, porque creí oírlo hablar con alguien. No obstante, como me había rogado que no perdiera el tiempo, llamé a la puerta y entré al estudio una vez que me dio permiso para hacerlo.

Me sorprendí mucho al constatar que no había nadie con él. Estaba absolutamente solo, y sobre la mesa, frente a él, se encontraba lo que supe inmediatamente, por las descripciones, que se trataba de un fonógrafo. Nunca antes había visto uno y me interesó mucho.

—Espero no haberlo hecho esperar mucho —le dije—; pero me detuve ante la puerta, ya que creí oírlo a usted hablando y supuse que habría alguna persona en su estudio.

—¡Oh! —replicó, con una sonrisa—. Solamente estaba registrando en mi diario los últimos acontecimientos.

—¿Su diario? —le pregunté, muy sorprendida.

—Sí —respondió —, lo registro en este aparato. Al tiempo que hablaba, colocó la mano sobre el fonógrafo. Me sentí muy excitada y exclamé:

—¡Vaya! ¡Esto es todavía más rápido que la taquigrafía! ¿Me permite oír el aparato un poco?

—Naturalmente —replicó con amabilidad y se puso en pie para preparar el artefacto de modo que hablara.

Entonces, se detuvo y apareció en su rostro una expresión confusa.

—El caso es —comenzó en tono extraño que sólo registro mi diario; y se refiere enteramente..., casi completamente..., a mis casos. Sería algo muy desagradable... Quiero decir...

Guardó silencio y traté de ayudarlo a salir de su confusión.

—Usted ayudó en la asistencia a mi querida Lucy en los últimos instantes. Déjeme escuchar cómo murió. Le agradeceré mucho todo lo que pueda saber sobre ella. Me era verdaderamente muy querida.

Para mi sorpresa, respondió, con una expresión de profundo horror en sus facciones:

—¿Quiere que le hable de su muerte? ¡Por nada del mundo!

—¿Por qué no? —pregunté, mientras un sentimiento terrible se iba apoderando de mí.

El doctor hizo nuevamente una pausa y pude ver que estaba tratando de buscar una excusa. Finalmente, balbuceó:

—¿Ve usted? No sé como retirar todo lo particular que contiene el diario.

Mientras hablaba se le ocurrió una idea, y dijo, con una simplicidad llena de inconsciencia, en un tono de voz diferente y con el candor de un niño:

—Esa es la verdad, le doy mi palabra de ello. ¡Sobre mi honor de indio honrado!

No pude menos de sonreír y el doctor hizo una mueca.

—¡Esta vez me he traicionado! —dijo—. Pero, ¿sabe usted que aún cuando hace ya varios meses que mantengo al día el diario, nunca me preocupé de cómo podría encontrar cualquier parte en especial de él que deseara examinar?

Pero esta vez me convencí de que el diario del doctor que asistió a Lucy tendría algo que añadir a nuestra suma de conocimientos sobre el terrible ser, y dije llanamente:

—Entonces, doctor Seward, lo mejor será que me deje que le haga una copia en mi máquina de escribir.

Se puso intensamente pálido, al tiempo que me decía:

—¡No! ¡No! ¡No! ¡Por nada en el mundo dejaré que usted conozca esa terrible historia!

Por consiguiente, era terrible. ¡Mi intuición no me había engañado! Por unos instantes estuve pensando, y mientras mis ojos examinaban cuidadosamente la habitación, buscando algo o alguna oportunidad que pudiera ayudarme, vi un montón de papeles escritos a máquina sobre su mesa. Los ojos del doctor se fijaron en los míos, e involuntariamente, siguió la dirección de mi mirada. Al ver los papeles, comprendió qué era lo que estaba pensando.

DRÁCULA BRAM STOKER (COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora