𝗖𝗔𝗣. 𝗩𝗘𝗜𝗡𝗧𝗜𝗨𝗡𝗢

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Inconscientemente, me toqué la mejilla que su mano golpeó un día antes de afrontar mi realidad. Jamás podría perdonarlo por completo. Aún no entendía cómo la persona que dormía todos los días conmigo era capaz de hablar tanta mierda de mí. Esa misma persona en la cual confiaba ciegamente, la que un día logró hacerme la mujer más feliz del mundo.

«Sin duda, un gran farsante. El mejor».

Un hombre frío, sin escrúpulos, incapaz de tener compasión por todas sus asquerosas acciones que me hacen daño, o como lo llamamos científicamente los especialistas en psiquiatría: un psicópata integrado.

Y es que si realmente existían las almas, él no tenía una.

La alarma de mi teléfono comenzó a sonar, indicándome que faltaban cinco minutos para la sesión con David.

Inevitablemente sonreí, aunque me sentía algo ridícula por la emoción de verlo otra vez. Ya no se trataba de un romance adolescente como cuando conocí a Adrián; ahora era un romance prohibido.

«Reacciona, Loren, esto no está bien».

Tomé mis carpetas y el bolígrafo para anotar algunos avances, aunque fueran simples, ya que el tratamiento de David estaba a dos meses de finalizar y cualquier cambio negativo podría retrasar su alta médica.

Al intentar levantarme con rapidez, me golpeó un fuerte mareo que me obligó a retroceder hasta la silla.

«¡Mierda...!».

Lo último que necesitaba era una anemia. Respiré varias veces antes de decidir levantarme de nuevo, esta vez sin ningún problema.

Salí de la oficina con esa sensación aún presente y me dirigí hacia el elevador por el pasillo; ni loca iba a tomar las escaleras, especialmente después de cómo me sentía.

Al llegar al elevador, mi pulso aún latía un poco rápido por el mareo anterior. Apreté el botón y, cuando las puertas se abrieron, me encontré con un par de colegas que compartieron una sonrisa de cortesía.

Luego de unos segundos el elevador se detuvo en el piso de David, y con alivio, usé mi gafete para abrir las puertas y salir, no sin antes despedirme con un gesto formal.

«Relajate, es solo un paciente, es solo un paciente...», me dije a mí misma, consciente de que cada paso hacia su habitación elevaba la intensidad de mis nervios.

Saludé con un gesto a las enfermeras que realizaban su ronda de rutina. En ese momento, una de ellas se dirigió hacia la habitación de David, lo que me hizo suponer que era el momento de administrar sus medicamentos.

Al llegar a la puerta, di unos ligeros golpes y escuché la voz de la enfermera concediéndome permiso para entrar. Sin dudar, ingresé a la habitación. David estaba sentado sobre la cama, y la enfermera se encontraba curando una de sus manos, lo que al momento me preocupó.

—¿Pasó algo, David?

Él se volcó hacia mí y soltó una leve sonrisa, cerrando casi por completo sus pequeños ojos.

—No, Doctora Loren, solo me hice un rasguño con el vidrio de un vaso que se me cayó de las manos —explicó.

—Deberías tener más cuidado, David —interrumpió la enfermera.

David le cambió la sonrisa por una mirada seria al verla, recordándome las palabras de Karen: «Más frío que Alaska, es un caso perdido».

—Lo tendré en cuenta, no te preocupes —le respondió sin ser grosero.

—Si prefieres, podemos posponer la sesión hasta mañana —dije con calma.

—No es para tanto, Doctora Loren —murmuró.

RESPUESTAS SIN SALIDA [NUEVA VERSIÓN]Where stories live. Discover now