𝗖𝗔𝗣. 𝗗𝗢𝗖𝗘

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Adrian Maxwell.


Extra.

Conduje rápidamente hasta llegar a casa. Aunque la brisa era fría, no calmaba mi sangre hirviendo de furia. La sensación de inseguridad que Loren me había causado con sus palabras la pagaría con creces.

Cerré la puerta del auto y entré a la casa; por suerte, Damián ya se había ido, al igual que la señora de la limpieza que me recomendó. Aunque estar completamente solo me hacía sentir vacío. Quería emborracharme o inhalar algunas de las drogas que había estado consumiendo desde hace meses; estaba cansado de fingir ser alguien que no era.

Subí las escaleras de madera que daban acceso al segundo piso de la casa. Necesitaba asearme, ya que la sangre en mi ropa comenzaba a apestar.

Me quité el saco que tenía algunas manchas, al igual que los pantalones, y ni hablar de la camiseta y los boxers. El agua fría cayó sobre mi cuerpo mientras me paraba frente a la ducha. Era inevitable sentirme mal por necesitarla; eso no era cosa de hombres. Incluso después de una hora, mi pene ansiaba volver a entrar en ella.

Después de unos minutos bajo el agua, me sentía más relajado. Tomé una toalla y la envolví alrededor de mi cintura. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho y las ganas de beber alcohol me estaban matando, pero sabía que ella no querría que lo hiciera.

Caminé hasta nuestra habitación, que estaba ordenada después de estar días en la mierda, y me senté en el sofá que tenía en su armario, donde estaba la mayor parte de su ropa hace unos días.

—¡Adrián!

Me levanté algo confundido, me había perdido un buen rato en la nada. Fuertes gritos venían de afuera de la casa, incluso la bocina no dejaba de sonar. Me vestí con lo más sencillo que encontré en mi armario. Corrí escaleras abajo mientras me ajustaba el cinturón, coloqué la clave de la puerta y cuando la abrí, mis ojos se encontraron con Damián, quien sostenía a Andrea en sus brazos.

—¿Qué diablos está pasando? —pregunté enojado.

—Creo que el parto se adelantó. No ha dejado de quejarse. Le dije que fuéramos directamente al hospital, pero se negó.

Andrea se retorcía contra Damián por las contracciones; gemía y le arañaba los brazos.

—¡Duele, me voy a morir! —gritó desesperada, entre lágrimas.

—Dámela —le ordené a Damián y enseguida me entregó a Andrea en los brazos—. Vámonos en mi auto, es más rápido que el tuyo.

Damián asintió, me abrió la puerta trasera y coloqué a Andrea con algo de delicadeza sobre los asientos. Corrí hacia mi lugar y Damián se acomodó de copiloto.

—¿Le dijiste algo? ¿Discutieron? —lo interrogué con seriedad.

—Para nada, salió así de la ducha.



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Loren Philips.


—Que tengas una buena noche —dijo el taxista cuando salí de su Chevrolet.

RESPUESTAS SIN SALIDA [NUEVA VERSIÓN]Where stories live. Discover now