XV.- EL DIARIO DEL DOCTOR SEWARD (continuación)

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-Espero -dijo van Helsing- que cuando usted envíe a este niño a casa tomará sus precauciones para que sus padres mantengan una estricta vigilancia sobre él. Dar libre curso a estas fantasías es lo más peligroso; y si el niño fuese a permanecer otra noche afuera, probablemente sería fatal para él. Pero en todo caso supongo que usted no lo dejará salir hasta dentro de algunos días, ¿no es así?

-Seguramente que no; permanecerá aquí por lo menos una semana; más tiempo si la herida todavía no le ha sanado.

Nuestra visita al hospital se prolongó más tiempo del que habíamos previsto, y antes de que saliéramos el sol ya se había ocultado. Cuando van Helsing vio que estaba oscuro, dijo:

-No hay prisa. Es más tarde de lo que yo creía. Venga; busquemos algún lugar donde podamos comer, y luego continuaremos nuestro camino.

Cenamos en el Castillo de Jack Straw, junto con un pequeño grupo de ciclistas y otros que eran alegremente ruidosos. Como a las diez de la noche, salimos de la posada.

Ya estaba entonces bien oscuro, y las lámparas desperdigadas hacían la oscuridad aún mayor una vez que uno salía de su radio individual. El profesor había evidentemente estudiado el camino que debíamos seguir, pues continuó con toda decisión; en cambio, yo estaba bastante confundido en cuanto a la localidad. A medida que avanzamos fuimos encontrando menos gente, hasta que finalmente nos sorprendimos cuando encontramos incluso a la patrulla de la policía montada haciendo su ronda suburbana normal. Por último, llegamos a la pared del cementerio, la cual escalamos. Con alguna pero no mucha dificultad (pues estaba oscuro, y todo el lugar nos parecía extraño) encontramos la cripta de los Westenra. El profesor sacó la llave, abrió la rechinante puerta y apartándose cortésmente, pero sin darse cuenta, me hizo una seña para que pasara adelante. Hubo una deliciosa ironía en este ademán; en la amabilidad de ceder el paso en una ocasión tan lúgubre. Mi compañero me siguió inmediatamente y cerró la puerta con cuidado, después de ver que el candado estuviera abierto y no cerrado. En este último caso hubiésemos estado en un buen lío. Luego, buscó a tientas en su maletín, y sacando una caja de fósforos y un pedazo de vela, procedió a hacer luz. La tumba, durante el día y cuando estaba adornada con flores frescas, era ya suficientemente lúgubre; pero ahora, algunos días después, cuando las flores colgaban marchitas y muertas, con sus pétalos mustios y sus cálices y tallos pardos; cuando la araña y el gusano habían reanudado su acostumbrado trabajo; cuando la piedra descolorida por el tiempo, el mortero cubierto de polvo, y el hierro mohoso y húmedo, y los metales empañados, y las sucias filigranas de plata reflejaban el débil destello de una vela, el efecto era más horripilante y sórdido de lo que puede ser imaginado.

Irresistiblemente pensé que la vida, la vida animal, no era la única cosa que pasaba y desaparecía.

Van Helsing comenzó a trabajar sistemáticamente. Sosteniendo su vela de manera que pudiera leer las inscripciones de los féretros, y sosteniéndola de manera que el esperma de ballena caía en blancas gotas que se congelaban al tocar el metal, buscó y encontró el sarcófago de Lucy. Otra búsqueda en su maletín, y sacó un destornillador.

-¿Qué va a hacer? -le pregunté.

-Voy a abrir el féretro. Entonces estará usted convencido.

Sin perder tiempo comenzó a quitar los tornillos y finalmente levantó la tapa, dejando al descubierto la cubierta de plomo bajo ella. La vista de todo aquello casi fue demasiado para mí. Me parecía que era tanto insulto para la muerta como si se le hubiesen quitado sus vestidos mientras dormía estando viva; de hecho le sujeté la mano y traté de detenerlo. Él sólo dijo: "Verá usted", y buscando a tientas nuevamente en su maletín sacó una pequeña sierra de calados. Atravesando un tornillo a través del plomo mediante un corto golpe hacia abajo, cosa que me estremeció, hizo un pequeño orificio que, sin embargo, era suficientemente grande para admitir la entrada de la punta de la sierra. Yo esperé una corriente de gas del cadáver de una semana. Los médicos, que tenemos que estudiar nuestros peligros, nos tenemos que acostumbrar a tales cosas, y yo retrocedí hacia la puerta. Pero mi maestro no se detuvo ni un momento; aserró unos sesenta centímetros a lo largo de uno de los costados del féretro, y luego a través y luego por el otro lado hacia abajo. Tomando luego el borde de la pestaña suelta, lo dobló hacia atrás en dirección a los pies del féretro, y sosteniendo la vela en la abertura me indicó que echara una mirada.

DRÁCULA BRAM STOKER (COMPLETO)Where stories live. Discover now